Rufián -qué gran apellido- ha clavado el puñal en todo lo alto del sanchismo. “A un Pedro Sánchez débil y derrotado se le puede llegar a sentar en una mesa de diálogo”. Naturalmente de diálogo entre gobiernos, aclaró, el del Estado y el de la Generalitat. Que no se fían un pelo del candidato autoproclamado a presidir el Gobierno comentó: «porque se dé un abrazo con Pablo Iglesias o con el Papa de Roma no deja de ser el que era hace un mes«. ¿Le habrá tachado de mendaz?
Por si fuera poco, simultáneamente un tal Aragonés García, vicepresidente a la sazón de la Generalitat, expresa haber dejado claro a Sánchez que en la mesa de negociación tienen que estar presente el referéndum de autodeterminación y la amnistía, entre otras cuestiones.
¿Y son estos los bueyes con que el sanchismo pretender arar?
Desde la misma noche de las últimas elecciones los españoles han estado sometidos a un trampantojo diseñado para ocultar la realidad: la responsabilidad de que no haya gobierno es de la oposición. El bloqueo es la clave del trampantojo.
Bloqueo de la oposición es un oxímoron del tamaño de una catedral; algo así como hablar de silencio atronador, de secretos a voces o de Sánchez y la verdad. De que el traído y llevado bloqueo no lo era tal, y menos aún causado por la menguada oposición, ha dado prueba el pacto que en horas veinticuatro sellaron los mismos personajes que pudieron haberlo hecho a raíz de las anteriores elecciones.
Ambos se equivocaron no haciéndolo, entre ambos han perdido cerca del millón y medio de votos y una decena de escaños. Enfundados en el neopreno del progresismo los náufragos se abrazaron a la espera de salvavidas que, ahora sí, los llevara hasta las riveras del poder. Enhebrados cuatro eslóganes sin ningún contenido programático comenzaron a rifarse toldos y hamacas como si ya pisaran la dorada arena orlada de palmeras. Pero los flotadores revelaron que tenían vida propia.
Y tanta que comenzaron a sonar alarmas por doquier. Lo de que la compañía del progresista de coleta le impediría dormir, como al noventa y cinco de los españoles, quedó corto. La cuestión subió al nivel de la ruptura de los consensos básicos sobre los que se asienta la democracia nacional. Al mismo borde de la vasija que se desbordó hasta provocar la caída del Sánchez secretario general del PSOE hace poco más de tres años.
Ahora no corre ese peligro. El sanchismo ha desarbolado el partido al eliminar los controles y contrapesos propios de toda democracia representativa. La cuestión es sencilla: ¿puede gobernar toda una nación, una de las grandes de la UE, apoyado en el plebiscito continuado de una militancia acrítica y paniaguada?
Podrá engañar a todos hoy, a unos cuantos mañana, pero nunca a todos todo el tiempo. Eso lo saben aún sin saber quién demonios es ese Lincoln, pero la máxima les tiene de los nervios. No hay más que ver y oír a sus corifeos en las tertulias de radios y televisiones. O leer El País de nuestros días.
Están de los nervios.