Las derechas españolas persisten en el error que ya en la segunda república esterilizó sus capacidades. De ello hace cerca de noventa años. ¿Será la memoria histórica patrimonio exclusivo de las izquierdas?
La fragmentación se ha producido por igual en ambos hemisferios políticos de la sociedad española, quizá debido a las tensiones generadas por ocupar ese espacio de pragmatismo y moderación llamado centro que propicia las mayorías para gobernar. Así ha sucedido en nuestra España constitucional.
La presencia de corrientes nacionalistas e independentistas, de no tan fácil encaje en el eje derechas – izquierdas, hace un poco más compleja la realidad. Éstas, más los pequeños grupos regionalistas, de perfil básicamente caciquil, han inclinado el platillo del poder hacia uno y otro bando en función de sus intereses exclusivamente.
Por último, los movimientos antisistema de orígenes difusos pero en todo caso crecidos al calor de las fallas del estado de bienestar, desigualdades, etc., prestan su apoyo a quienes consideran menos antagónicos o, tal vez, más frágiles a la hora de defender lo establecido.
Frente al cuadro a grandes rasgos descrito resulta difícil de explicar la perenne división que condena a las derechas a la oposición. Tienen que surgir escándalos y debacles económicas para que la derecha gane el voto pragmático, impulsado por la necesidad, para alcanzar mayorías de gobierno. Resueltas las crisis, la izquierda regresa al banco azul.
Ese estigma de la división fue causa de la volatilización del partido que consiguió galvanizar a la mayoría de las derechas bajo la advocación de la unidad, el centro y la democracia. UCD pilotó el proceso constituyente y gobernó hasta que la unión se cuarteó por divergencias entre sensibilidades más librescas que reales. Las batallitas entre democristianos, liberales y socialdemócratas eran un desatino en la España que estaba cerrando una larga historia de guerras civiles y dictaduras.
Las ambiciones personales, elemento esencial del juego político, pueden dar al traste con la Política entendida como defensa y promoción de los intereses generales de una sociedad democrática. Cuando el objetivo de esa actividad se reduce a la conquista de posiciones de poder se está malversando el depósito de confianza alcanzado.
Eso está pasando en una de las formaciones que consiguió un espacio significativo en el centroderecha. La aspiración confesa a liderar la oposición fue el comienzo de su derrumbe y la obstinación de su abanderado por seguir la carrera en solitario desalientan a quienes aspiran a participar en el ejercicio de un poder guiado por los principios que les motivan.
La otra, nacida de la inopia política y la división de los populares en su último mandato, cae en todos los charcos que la demagogia sanchista abre a sus pies. El extremismo alimenta las vísceras, nunca satisface.
Reducir el problema al impacto que el sistema D’Hont tiene en el cómputo de los votos es simplista. Lo que trasciende es la incapacidad de las derechas para sacudirse extraños complejos, seguramente derivados de su indiferencia ante la revisión de la dictadura. Como si avanzar mirando al frente fuera motivo de descrédito.
La cuestión no es de hoy. Ocurrió en la segunda república y la frustración derivada de aquel tribalismo asfixió la moderación y terminó detonando la última guerra entre uno y otro bando.