Dejó escrito don Francisco de Quevedo que “nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir”. La cita es de hace ya siglos; nada que ver pues con la campaña electoral en ciernes, pero parece hecho a la medida del nuevo ropaje que luce el candidato Sánchez. Su periplo por la política nacional figurará en una breve nota a pie de página de nuestra Historia como paradigma del falsario sin vergüenza.
A este personaje le resbala aquello de que puedes engañar a todo el mundo algún tiempo, a algunos todo el tiempo, pero no a todo el mundo todo el tiempo. ¿Por qué hacer caso a Lincoln, pensará, cuando sentenció Macchiavello, y la cita es textual, que los hombres son tan simples, y se someten hasta tal punto a las necesidades presentes, que quien engaña encontrará siempre quien se deje engañar? Y, además, todo el mundo ve lo que aparentas ser, pocos experimentan lo que realmente eres.
Siempre habrá gente que se deje engañar; esta causa de nuestros males hunde sus raíces en la pésima educación recibida por unas cuantas generaciones de españoles. Ese empobrecimiento personal ha cuajado en una opinión pública desestructurada que consume con fruición cuanto le pongan por delante.
Emborrachado de imágenes, vacías de libros las estancias que hoy cubren pantallas de plasma, el ciudadano se limita a ver; la acumulación de imágenes le impide analizar. No juzga, asiente. No recuerda, proyecta. “Ahora, España” ¿y antes, qué era lo de antes; qué son los acuerdos con exterroristas en Navarra, golpistas en Cataluña, etc.?
Claro que el candidato sanchista – ¿quedan socialistas en España? – tal vez no sea consciente de que muchos ya saben que miente cada vez que habla, y por partida doble.
Sobre la cuestión escribía allá por el siglo XVI un humanista de nuestro Renacimiento, don Pedro Mejía, por cierto cronista oficial de Carlos I: “puede uno afirmar una mentira, pensando que es verdad, y éste tal dize mentira, pero no miente, porque no haze contra lo que siente y cree. Y, por el contrario, podría uno dezir una verdad, teniéndola él por falsedad, y éste tal miente, aunque no dize mentira. Pero el que dixesse una mentira, teniéndola él por tal, éste haze ambas cosas, que dize mentira y miente.”
Dice mentira y además miente. Causa sobrada para retirarle la tarjeta de la competición que se avecina. Por jugador de ventaja, porque las mentiras tendrán cortas sus patas, pero ¡ay!, tienen alas y suelen volar.
Y volvamos al Quevedo que comenzaba así su soneto “Valimiento de la Mentira”: Mal oficio es mentir, pero abrigado; eso tiene de sastre la mentira, que viste al que la dice, y si aspira a puesto, el mentiroso es bien premiado.