Un español universal ha sido víctima de linchamiento por razones por ahora desconocidas. La verdad, esa extraña dimensión del ser que hace libres a los hombres, acabará derruyendo el muro de la secta y arrojando luz sobre la causa del linchamiento a que ha sido sometido Plácido Domingo.
El diccionario del español jurídico elaborado por la RAE y el CGPJ define el término linchamiento como “campaña de descrédito sometiendo a una persona a escarnio público reiterado en los medios de comunicación”. Eso es, exactamente, lo que le cayó encima al maestro Domingo.
Los escépticos ante las extrañas denuncias difundidas por una agencia norteamericana aludieron inmediatamente a la presunción de inocencia, derecho que asiste a todo imputado, naturalmente. Pero pocos se refirieron al derecho al honor, más pertinente en este caso; al derecho de todo ciudadano a que se respete su reputación, fama y estima social. Y aún menos fueron quienes tildaron las difamaciones de simple patraña.
La realidad comenzó a imponerse con las manifestaciones que en sentido opuesto hicieron y siguen haciendo quienes con su propio nombre han barrido las injurias. Y el castillo de naipes se desmoronó al descubrirse que la única denunciante que no se tapó bajo el anonimato se gloriaba en su página de haber cantado con Plácido Domingo; una antigua mezzo soprano hoy convertida en agente inmobiliario.
La verdad se asienta sobre el sólido cimiento de la realidad. En su única respuesta a las imputaciones recibidas Domingo no se escudó en medias verdades. Afrontó la realidad lamentando que pudiera haber molestado a alguien o haberlo hecho sentir incómodo sin importar hace cuánto tiempo ocurrió, y añadiendo que “las reglas y los estándares por los cuales somos y deberíamos ser medidos hoy son muy distintos de lo que eran en el pasado”. Lo que para algunos amigos no fue una expresión feliz para mí es la mayor prueba de honestidad que se haya podido dar.
En el Festival Música en Villafranca del Bierzo reflexionaba yo sobre todo ello escuchando las colosales Variaciones Goldberg que interpretaba Pedro Halffter Caro, y recordaba al joven maestro dirigiendo al veterano Domingo en un par de óperas, el Cyrano, de Alfano, y la Thaïs, de Massenet.
Entre las vueltas y revueltas de los compases de las Variaciones bachianas me vino a la memoria una tercera ópera que Domingo representó en el Real de Madrid, el Tamerlán de Händel. Fue hace ya una década. El telón se alzaba descubriendo a Bajazet, personaje que interpretaba el tenor, aplastado en el suelo bajo un mundo dominado por un gigantesco pie. Tras peripecias diversas la ópera concluía con una de esas frases difíciles de olvidar y que ahora sentí como oportuna: “la vergüenza de la noche da paso al esplendor del día”.
Este domingo último del mes de agosto Plácido Domingo canta la Louisa Miller de Verdi en la ópera de Salzburgo. Su presidenta, Helga Rabl-Stadler, ha proclamado: «Conozco a Plácido Domingo desde hace más de 25 años. Desde el principio me han impresionado, junto a su capacidad artística, sus modos respetuosos con todos los trabajadores y trabajadoras del festival».
Gracias al reconocimiento social ganado por Plácido Domingo al cabo de una larga vida de méritos, la honra ha abortado el linchamiento.