Que el tal Torra se cisque en la legalidad manteniendo en los establecimientos públicos catalanes lazos amarillos y demás quincalla sediciosa, mal está. Pero que el responsable de hacer guardar el orden y la legalidad, Sánchez, se tome por el pito del sereno la resolución de la Junta Central Electoral es peor.
Nada extraño, ciertamente, porque, en el mejor de los casos, el sujeto seguirá necesitando el concurso del golpismo nacionalista para sentarse en el banco azul si, ¡al fin!, saliera bien parado en las urnas. Que las encuestas sigan prediciendo su buenaventura habla mal, muy mal, de nuestra sociedad.
La demagogia asfixia la dialéctica de la democracia, sepultándo bajo una avalancha de prejuicios y falaces espejismos la capacidad de discernimiento de los ciudadanos; en suma, castrando su libertad; la libertad para elegir.
A ello se ha aplicado durante meses el gobierno frankenstein, en brillante expresión del socialista Pérez Rubalcaba, y en ello seguirá los viernes de esta cuaresma electoral porque esa es la única escalera con que cuenta para alcanzar el poder, además del concurso de otros, como esa floración tardía del integrismo carlista llamada Vox.
Vox representa hoy en el centro derecha lo que Podemos fue hace ocho años en la izquierda. Uno y otro recibieron el discreto apoyo de los gobiernos de turno con el fin de debilitar a su oposición; antes los populares a los socialistas, como ahora los sanchistas a los populares.
Los resultados de las elecciones anteriores muestran el éxito de aquella operación, como las próximas posiblemente demuestren cómo, teniendo más votos, el centro derecha puede perder unas elecciones. Mayor Oreja, San Gil y otros aprendices de brujo ya no tienen vuelta atrás.
Como Iglesias pretendió, Abascal sólo piensa en sobrepasar a los populares. Por ello cuanto peor queden los líderes del centro derecha liberal, mejor para su ambición de recrear una derecha rocosa como sus inspiradores comenzaron a reclamar al presidente de su partido, Rajoy, encelado hace cinco años en salir de la crisis económica.
Lo que suele ocurrir es que las cosas acaban cayendo por su propio peso y así como efímera ha sido la aventura podemita, la espuma de los renovadores quizá termine diluida en la nada.
Formas diversas de jugar con el pito del sereno.