Ese era el grito coreado por los venezolanos que acudieron al aeropuerto de Caracas para recibir a Guaidó. Las amenazas de Maduro no amedrentaron al millar de patriotas que acudieron a Maiquetía para blindar la vuelta al país de su presidente en funciones, bajo la amenaza de ser detenido en cuanto regresara del viaje prohibido por la justicia bolivariana, perdón por el oxímoron.
Los “Sí se puede, sí se puede” resonaban como descargas civiles contra el muro armado de la dictadura. Parecía que aquellas gentes pensaban que las cosas son más fáciles de lo que nos empeñemos en hacerlas difíciles. El viejo querer es poder.
A muchos parece misión imposible liberar a nuestro país de un nuevo gobierno Sánchez. ¿Será esto acaso más difícil que devolver la democracia a Venezuela?
La fortaleza de Sánchez, como la de Maduro, estriba en el poder que les presta su posición actual; o, para muchos ciudadanos, en los atributos que les otorga el poder. Despojados de ellos perderían el valor que hoy alienta su continuidad.
En el caso del sátrapa caribeño la progresiva defección ya iniciada de sus fuerzas armadas le dejaría colgado de la brocha, ridícula posición que permitiría liberar la obediencia ciega de sus hombres del saco y, con ello, de los millones de venezolanos narcotizados por un sueño trocado en miseria.
Aquí sólo cabe preguntarse a qué esperan los socialistas que echaron los cimientos de nuestra democracia y durante varios lustros ejercieron su papel de partido de gobierno. Qué más necesitan los González, Solchaga, Solbes, Guerra, Rubalcaba, Leguina, Almunia, Fernández, Redondo, Múgica, Bono, Barón, Escuredo, Lerma, Lambán, Fernández Marugán y tantos otros para salir del silencio público y desmontar de su falaz cabalgadura a Pedro Sánchez.
Sólo ellos, con la auctoritas que trato de sesgar el hoy secretario general haciendo del PSOE un partido presidencialista que nunca lo fue, pueden desvelar la impostura.
No hay que llegar al “J’Accuse…” de Zola, mejor nos quedamos con “Un aldabonazo”, el que Ortega publicó en Crisol a los siete meses de proclamarse la segunda república. Concluía así:
“Una cantidad inmensa de españoles que colaboraron con el advenimiento de la República con su acción, con su voto o con lo que es más eficaz que todo esto, con su esperanza, se dicen ahora entre desasosegados y descontentos: «¡No es esto, no es esto!».
La República es una cosa. El «radicalismo» es otra. Si no, al tiempo».
Pues eso, la socialdemocracia es una cosa; Sánchez es otra. Aún están a tiempo.