Se llama Maduro. Está pasando delante de nuestras narices y miramos hacia otro lado. Hablamos de Venezuela, donde un sátrapa ha comenzado a rematar a muertos de hambre mientras quema alimentos y medicinas a las puertas de su país.
El pontífice del libertador parece haber entrado en pánico, las deserciones han comenzado en su guardia pretoriana mientras pone en pie de guerra sus milicias bolivarianas, variedad local de aquellos tonton macut de los dictadores haitianos, los hombres del saco.
Negro panorama que puede tornar a rojo, rojo de sangre, si el resto del mundo no lo remedia. Empezando por su vecina Cuba, en cuyas manos están los resortes del poder venezolano, la seguridad, la salud pública y hasta la formación de sus fuerzas armadas. Ese fue el papel que hace más de una década Chávez ofreció a la Cuba castrista.
¿No tiene España nada que hacer ahí, dada la irritante incapacidad de la encargada europea de las relaciones internacionales? La Alta Representante Federica Mogherini, aunque no lo parezca, tiene a su cargo la política de seguridad y los asuntos exteriores de la UE. En los cuatro años que la italiana lleva en el puesto no ha dejado evidencia de cuánto le interese la defensa de los derechos humanos en las satrapías latinas.
Lo peor es que el Gobierno que más intereses y razones tiene en Venezuela, la octava isla canaria, no hace nada distinto ante la indiferencia de una sociedad que tolera cuanto le echen encima sin mirar adónde le lleva la corriente.
Cada cual tiene el gobierno que se merece, efectivamente, sobre todo mientras no se rebele contra la inercia. Millones de venezolanos lo están haciendo hasta el límite del heroísmo para rescatar su libertad, eso que hace a los hombres responsables de sus actos.
Los que ya la disfrutamos, quienes podemos elegir a unos u otros representantes, incluso no elegir a nadie, dentro de dos meses tenemos la ocasión de cambiar radicalmente la forma de gobernar nuestro país, y así ayudar a los venezolanos de liberarse de la pesadilla bolivariana.