Como no podía ser de otra manera, ni cabía hacer otra cosa, Pedro Sánchez reconoció a Guaidó, como minutos antes lo había hecho Francia a través de su ministro de asuntos extranjeros, Jean-Ives Le Drian, y en cascada el resto de los trece países de la UE que dieron una semana de plazo a Maduro para echarse a un lado y dejar paso a la democracia.
Y decidió ponerse estupendo encarnándose en “el Gobierno de España”, como gusta frecuentemente. Hasta once veces mentó al Gobierno en un breve escrito de trece párrafos. Siempre y sólo su gobierno; desde el inicio: “El Gobierno de España anuncia que reconoce oficialmente a Juan Guaidó como presidente encargado de Venezuela”.
Lástima. Uno siente cierta envidia al leer el mensaje de Macron: “Francia reconoce a J.Guaidó como presidente encargado…”. ¿Qué le impide a Sánchez hablar en nombre de todos los españoles, de España?
Tal vez el hecho de no haber comunicado la declaración que iba a hacer a la oposición; ni a la oposición, que le hubiera dicho que adelante, ni naturalmente a sus socios parlamentarios, la mayoría secuaz del bolivariano.
Como Macron, Merkel y hasta May, Sánchez afirmó que el encargo al “presidente encargado” es tan claro como “la convocatoria de unas elecciones en el menor plazo de tiempo posible”. Y lo hizo sin mover una pestaña, como si fuera ajeno a compromisos de esa naturaleza. Pobre doctor chisgarabís, ¿recordaría lo que prometió hace ya nueve meses?
A finales de mayo último explicaba a los diputados socialistas que el objetivo de la moción de censura que acababa de presentar sin encomendarse al comité correspondiente ni al diablo era un Gobierno transitorio que convoque elecciones “cuanto antes”. Era la víspera del debate: “hablemos y tendamos puentes para normalizar la vida política y convocar elecciones para que los españoles decidan qué futuro quieren dar a su país«.
Y al concretar en el propio debate su escueto programa afirmó solemnemente: “Un Gobierno con una hoja de ruta clara que consensuaremos con los grupos parlamentarios mayoritarios en esta Cámara: primero, recuperar la estabilidad… Segundo, atender a las urgencias que tenga el país; y tercero, convocar las elecciones generales para que lo españoles y españolas decidan el rumbo que dar al país con su voto”.
Por si no quedara claro, remachó: “Tres etapas guiadas por el consenso como herramienta fundamental. Un Gobierno, mi Gobierno, que va a entender como uno de sus principales cometidos la construcción de un consenso para convocar unas elecciones generales.”
En fin, concluyó pidiendo “una oportunidad para articular consensos básicos con el fin de dar estabilidad a las instituciones; atender las urgencias sociales…; y una vez logrado, convocar elecciones generales para que la ciudadanía decida con su voto el rumbo que dar al país.”
Consenso, elecciones… “Creo firmemente en el valor de la palabra.” confesó en aquel discurso hoy memorable.
Más aún, homérico.