La socialdemocracia española está respaldando con un silencio abrumador la felonía del presidente salido de entre sus filas. Viene haciéndolo desde que asaltó el poder con las armas prestadas por los enemigos del sistema de libertades que levantó el pueblo español hace ahora cuarenta años.
Sánchez no es reconocible como socialista, muestra de que su ambición está monitorizada por los neocomunistas de Iglesias. Estos están marcando la pauta al socialismo que González refundó en los años setenta del pasado siglo para convertirlo en partido de gobierno, en estabilizador de la democracia española.
Hoy su líder está lo devolviendo a su peor momento, a los años treinta del pasado siglo; al partido del golpe de Estado en Asturias, del frente popular y de la guerra civil; el de Largo Caballero en Valencia, febrero del 36, “la clase trabajadora tiene que hacer la revolución y si no nos dejan iremos a la guerra civil. Cuando nos lancemos por segunda vez a la calle, que no nos hablen de generosidad y que no nos culpen si los excesos de la revolución se extreman hasta el punto de no respetar cosas ni personas.”
Suena a película de terror, pero así fue y esa derrota sigue el presidente felón impulsado por una estrafalaria memoria histórica que ha convertido en breviario personal. Eso es lo que hace estremecedor el silencio cómplice de sus mayores.
En las democracias sin apellido no hay demasiados precedentes de la demolición de las barreras que garantizan la independencia entre sí de los poderes estatales. Aquí y ahora las interferencias del Ejecutivo en los poderes Legislativo y Judicial son escandalosas.
Recientes tomas de posición del Gobierno sobre asuntos relacionados con el enjuiciamiento de los golpistas catalanes, sus aliados parlamentarios, muestran la concepción leninista del poder que Sánchez ha hecho suya ante un partido socialista pasmado. Sólo desde su despertar podrá el país salir de tanta deslealtad y traición; de la felonía del presidente.