Garzón, Villarejo, Dolores Delgado, un triángulo que puede conducir a la dimisión de un tercer miembro del Gobierno Sánchez, la titular de Justicia. Cuando el exjuez Garzón manifiesta que las noticias sobre ese triángulo buscan «hundir a una persona honesta”, su amiga la ministra Delgado, la cosa comienza a tomar entidad.
Hace unos meses, en un diálogo televisado con Rafael Correa defendía así a otra persona honesta, hoy condenada: “el asunto de la corrupción se utilizó para acabar políticamente con Lula da Silva«.
Desde que terminó estrellado por prevaricador, aquel juez estrella no ha parado de meterse en fregados de aguas poco claras, aquí y allá. Su defensa de la expresidenta argentina, hoy en vísperas de entrar en prisión, fue uno de sus números más aplaudidos. Su viaje a Caracas cuando la Fiscalía del Tribunal Penal Internacional investigaba a Maduro, sus contactos con un exjefe de la Inteligencia bolivariana acusado de narcotráfico y tantos otros palos por esos paraísos democráticos no aportan credibilidad al personaje.
Pues este abanderado de la llamada justicia universal es el caballero blanco de la ministra Delgado. Si uno y otra han compartido tiempo con el sinvergüenza encausado por cohecho y blanqueo de capitales, el comisario Villarejo, mal asunto.
El presidente del Gobierno está recogiendo los frutos de su alocada carrera contra las urnas. El banco azul por encima de todo, y de todos, sin programa ni equipo, conduce a los derroteros por los que lleva cuatro meses dando tumbos. La gobernanza no cabe ser reducida al culto a la imagen, a la improvisación y a la contraprogramación del adversario. Esos son los ejes de esta Presidencia de incierto final.
Tragedia o sainete, depende de hasta dónde pueda llegar desatornillando las cuadernas del Estado. Sánchez se siente ajeno a la suerte del país. No es cierto que abrigue un horizonte 2030, ni nada que no sea su permanencia en el machito. Dejará caer, o pedirá la dimisión, de una tercera pieza de su gabinete y de todas cuantas puedan venir obligadas por la improvisación con que montó el golpe.
Seguir ensayando ante el espejo para convencer a los españoles de que “yo soy el presidente del Gobierno” puede ayudarle a seguir huyendo de la realidad hasta que algo o alguien le plante cara con la fuerza de la razón. Millones de españoles están deseando reconocer pronto a ese agente del cambio, necesario para pasar esta absurda pesadilla.