Se aparta, no se va, y será leal a su sucesor; he ahí la trinidad política enunciada por Rajoy en el cierre de su presidencia del PP. Tres enunciados para una sola idea: no hará lo de Aznar.
La proclama rajoyana elevó el tono militante de los compromisarios reunidos en Congreso Extraordinario que hoy elige un nuevo dirigente de los populares. Mariano Rajoy es un político singular, muy singular; un extraño espécimen dentro de la fauna política de nuestros días.
Frente al frívolo egotismo de Sánchez, la liviandad posmoderna de Rivera, el retrógrado revanchismo de Iglesias, o la estulta simpleza de tantos otros paseantes en cortes, el funcionario gallego que llegó a presidir el gobierno español durante seis años representa la consistencia.
Y a partir de ahora… El futuro líder popular se estrena frente a un Gobierno extravagante, volcado a satisfacer las ansias de revancha de la mayoría parlamentaria que le subió al poder por la puerta trasera. Un Gobierno que ha comenzado a asaltar la despensa nacional subiendo el déficit porque hay que engrasar las elecciones próximas; que pretende cubrirse pronosticando un menor crecimiento del previsto. Un Gobierno que enturbia el futuro aventando las cenizas del pasado.
Un Gobierno que exige una oposición sólida para para representar a la gran mayoría de ciudadanos, más allá del centroderecha, que hacen del sentido común su bandera para andar por la vida.
Una gran mayoría que no acaba de entender cómo puede ocuparse el poder sin ganar en las urnas; que ve amenazada su cartera tras el anuncio de nuevos impuestos, patrimonio, sucesiones y demás, para satisfacer la insaciable burocracia en que abrevan las militancias partidarias.
La mayoría que pretende una escuela mejor para sus hijos, un sistema educativo que prime la responsabilidad y una formación crítica abierta a nuevos horizontes. En suma, los medios necesarios para consolidar una sociedad de ciudadanos libres, iguales ante la ley y solidarios; de personas abiertas al nuevo mundo de oportunidades inabarcable desde la encorsetada perspectiva de viejas ideologías.
Liderar la satisfacción de todo ello, y con la urgencia que las circunstancias reclaman, requiere ambición personal, el compromiso de muchos, y recabar los apoyos y complicidades precisos para hacerlo posible. Significaría entrar en una nueva fase de nuestra historia democrática, la de la política sin complejos.