No han cambiado las circunstancias, las cosas están como estaban; no hay pues excusas para incumplir tantas palabras dadas. En dos semanas el Presidente del Gobierno se ha desmentido con empeño inusual. Ello invita a pensar que tampoco las nuevas palabras vayan a ser cumplidas.
Sánchez es un caso singular en la historia de nuestra democracia. Hasta ahora cada Presidente llegaba a La Moncloa pertrechado con los votos suficientes para llevar a cabo una misión conocida por los electores. No siempre tuvieron los necesarios, pero sí bastantes como para poder manejar alianzas con terceros de menor fuerza parlamentaria.
La misión de Sánchez era conocida porque la lleva encima desde que perdió la primera de las elecciones con las que redujo el socialismo a la inanición. Más que misión, un afán único: ser presidente; como fuera, con quien fuera y para lo que fuera. O fuese.
Para lo que las imágenes de cada momento dispongan. Y así va enladrillando su ascensión a los cielos con ladrillos de cristal de mil colores, tantos como los gustos de una eventual clientela contrariada, o meramente aburrida al cabo de seis años de gobierno rajoyano.
El caldo de cultivo se lo proporciona la pléyade de movimientos antisistema, desde Podemos hasta los bilduetarras, pasando por el catalanismo golpista. Estos hacen aquella función que atribuía a ETA un presidente del PNV, sacudir las ramas para ellos recoger las nueces. Desde la derogación de la reforma laboral hasta hacer en el valle de Cuelgamuros un parque temático sobre aquella guerra civil, todo vale para el convento; hasta los Presupuestos del Estado que le provocaban urticaria. Y la salud universal ¿será por dinero?
Con todo, teniendo menos de la mitad de escaños que el conjunto de todos sus cómplices, se hizo con la presidencia, que hoy anuncia larga con la misma facilidad que ayer la auguraba breve, pero que vaya usted a saber lo que acabará siendo.
Como insospechada es la deriva que tomará ante la secesión de Cataluña. Del 155 al encuentro anunciado con el títere xenófobo que ocupa el sillón de la Generalitat, que puede acabar dando vía libre a las insensateces que pone en boca de su ministra Batet. ¡Anda que hacer una Ley Orgánica sobre lo que el TC sentenció de anticonstitucional! Ni al que asó la manteca.
Confiemos en que las cosas no vayan mucho más allá y que la sociedad líquida de que Sánchez se ha servido no termine liquidada. Ya no contamos con Bauman para sugerir otra imagen tan elocuente.