El asalto a la fortaleza se ha culminado con éxito. Aislada por la impericia política de su regidor, la tropa invasora contó con tres factores decisivos: los jueces De Prada y De Diego desde la Audiencia Nacional, Ciudadanos en el Congreso, y desde sus batzokis la derecha nacionalista vasca.
El juicio de intenciones contenido en la sentencia Gürtel sobre la falta de credibilidad del presidente del Gobierno provocó el “hasta aquí hemos llegado, esto se acabó” que, urgido por las encuestas, dijo Rivera para sentenciar su pacto de legislatura con el PP.
Los jueces pusieron la munición y, desde dentro, Ciudadanos abrió la puerta del alcázar. Sánchez vio el cielo abierto y sin encomendarse ni a su ejecutiva disparó la moción de censura porque como dijo Iglesias Turión “el cielo no se toma por consenso; se toma por asalto”.
Para el asalto el socialista reunió lo más granado de la izquierda, desde leninistas hasta sediciosos, pero ni con los mindundis periféricos adheridos llegaba a cubrir los efectivos precisos para tomar la plaza. Necesitaba a la derecha nacionalista vasca y Ortúzar se la entregó al precio de no tocar los Presupuestos con que Rajoy había bizcochado al PNV tan sólo una semana antes.
Y así se consumó la caída del imperio popular. Esta es la historia, y a partir de ahora medio país se va a enterar de lo que vale un peine. La derecha política se abrirá las venas en busca de sangre nueva mientras la social asistirá desazonada al máster de adoctrinamiento dispensado por los medios públicos, a los exámenes sin fin de la memoria histórica, y hasta cómo puede llegar a deshacerse en unos meses lo tan costosamente construido en los últimos siete años.
Los forajidos catalanes y los presos preventivos volverán a las calles y con la ayuda de un nuevo fiscal general la revuelta catalanista quedará en poco más que un castellet con sardana. Al tiempo.
El pluri nacionalismo federado, la torre de Babel y lo que haga falta marcarán a hierro el nombre del artista que consiguió zurcir un trampantojo imposible engañando en un plis-plas a tanta gente, comenzando por su propio partido. Lo que el enredo pueda durar depende más de sus socios, empeñada la mayoría de ellos en desmontar las crujías del país, que de la oposición de centro derecha y liberal que vaya a tener enfrente.
El socialismo español puede darse un homenaje por recuperar los resortes del Estado, pero desaparecería como partido de Gobierno si no pone freno a la sinrazón de su secretario general. Las líneas rojas que le marcaron hace dos años fueron borradas con el aguarrás de la apelación a las bases… las mismas bases que llevan año y medio migrando hacia Podemos.
Pero mientras la composición del Congreso siga siendo la que es, es decir hasta las próximas elecciones, Sánchez apenas podrá legislar. Los populares, pese a la caída de su imperio, siguen siendo el primer grupo de la Cámara y ostentando la mayoría absoluta del Senado. Lo primero de poco valdría si PP y Ciudadanos no son capaces de coordinarse.
Difícil empresa ésta entre las derechas, como viene viéndose desde hace meses, pero sin ello, sin la alianza estratégica entre el partido más estructurado de España y el movimiento más prometedor ante el futuro, la nave quedará escorada a babor y quizá hasta su hundimiento.
Los populares gastarán algunos meses en restaurar sus crujías, tiempo en el que a Ciudadanos corresponde dirigir la oposición a los ocupantes del alcázar. Es el momento de la política.