Que el primer movimiento del molt xenòfob president Torra sería plantar cara a la razón nombrando un Govern de forajidos y secesionistas encarcelados estaba cantado. Es lo que corresponde a un individuo tan poco honorable como el vicario de Puigdemont a quien hay que reconocer su acierto a la hora de elegir lo peor de supremacismo. Las cosas, como son.
Esto va de cargarse de paciencia, tanta como la que hay que consumir para terminar de entender por qué la Justicia no abre ya juicio oral a los golpistas. El garantismo no puede estar reñido con el restablecimiento de la normalidad hasta el extremo que estamos sufriendo.
El Gobierno de la Nación hace en este punto concreto lo que le corresponde, no dar por nombrados a los cuatro delincuentes -por cierto, nada presuntos-, lo que no quita que lloverán recursos sobre los derechos políticos que puedan asistirles; es más, que les asistirían si no estuvieran implicados en un delito de sedición.
Lo que diga Bruselas, Estrasburgo o el sursum corda no debería provocar nada, ni siquiera indignación. Mientras piensen que el nuestro no es su problema seguirán mirando para otro lado… hasta que el suyo les estalle en las narices.
De momento miran atemorizados lo que pueda pasar en Italia, la república que tantas cosas aprendió del Vaticano, tantas que ha sobrevivido a todas las desgracias políticas posibles cambiando gobiernos como mudas de fin de semana. Pero ahora pintan bastos, hemos exportado en podemismo con tal éxito que ya gobiernan en Roma. Veremos cuánto puedan tardar los nacionalistas mussolinianos en levantar banderas y cavar referendos para romper el país que Verdi soñaba cuando componía Nabucco.
Y ¿por qué la mancha no va a extenderse por Europa hasta quebrar el proceso más trascendente que el continente vive desde la derrota de los agentes de nuestras grandes tragedias, el nazismo, el fascismo y el comunismo?
Muchos celebrarían el fracaso, demasiados intereses en contra como para seguir ignorando que los bárbaros están vivaqueando a las puertas de la Unión e incluso dentro. Hace dieciséis siglos ocurrió algo semejante y los europeos cayeron en las tinieblas del medievo.
En horadar desde dentro los cimientos de la flamante potencia europea están trabajando hoy y aquí los nuevos trabucaires del brazo de las bandas antisistema; cada cual a lo suyo, pero uncidos por el mismo afán demoledor y amparados por el garantismo que la democracia tiene estatuido.
La gran cuestión es ¿y quién garantiza la libertad de los demócratas?