Lo que viene llamándose política poco tiene que ver con las clásicas acepciones del término. Para la mayoría de los pensadores la política tiene como objetivo el poder. Pero muchos de entre ellos cualifican esa actividad con la búsqueda del bien común, y alguno, caso de Aristóteles, la asocian a la ética. No es lo que estamos viviendo.
Cuando al adversario se le aplica la categoría de enemigo la política se transmuta en guerra. El acoso y derribo es la muestra más común de la hostilidad que ha sustituido al desacuerdo. Casos de acoso y derribo, como el sufrido sin razón por la presidenta de Madrid a costa de su titulación académica, sólo sirven para resquebrajar las bases del otro. Y qué decir del episodio del mantero de Lavapiés.
Por ahí entraron en tromba los podemitas, anarcos y okupas que han florecido tras la crisis y la falta de buen gobierno. La mentira grave es, pero cuando va preñada de acusación delictiva, como es el caso de Mbaye, cae en el delito. Los antisistema organizaron su día en la calle a costa de un pobre hombre que sufrió un infarto a pocos pasos de su alojamiento sin que el policía que por allí andaba pudiera recuperarlo.
El mismísimo Ayuntamiento de la capital que Podemos detenta con apoyo socialista cerró sus cuentas de redes sociales para impedir la difusión de la realidad, pero Montero, la portavoz de Iglesias lloró en su cuenta personal la tragedia del sin papeles muerto por acoso policial.
Insólito, como no lo es menos la carrera del Torrent que funge como presidente de la cámara catalana para convocar en horas el pleno que al fin podría investir a un presidente del llamado Govern. El por qué de tantas prisas, al cabo de tres meses sesteando, tiene una explicación la mar de sencilla: el viernes, Turull podría ser inhabilitado judicialmente si resulta procesado por rebelión. Y así tendríamos de nuevo el argumento para salir a la calle contra el Estado que vuelve a pisotear la democracia en Cataluña.
Hasta ahora se entendía como práctica de buenas políticas aquel dicho atribuido a Fernando el felón: “vísteme despacio que tengo prisa”, o el italiano “piano, piano, si va lontano”, pero lo de los separatistas es otro juego. Es el bonito juego de las provocaciones a la busca de un jurisconsulto estipendiado para reclamar en Estrasburgo la razón que les niega el Estado de derecho del Reino de España.
Y así siguen, con el Govern en el alero, el llamado prucés embarrancado y todos tomando el sol, o sea viviendo, bajo el paraguas del 155.