Hace un par de meses vaticiné que los tiempos de Zapatero no tienen por qué coincidir con los de la realidad. Y ante su rotunda afirmación de que bebería el cáliz hasta las heces, sugerí que ese calendario, el final de la legislatura, dependía de otros antes que de él. Cada vez parece más claro. El riesgo de bancarrota nacional acabará pesando más que cualquier otra consideración, personal o de intereses de partido.
El golpe sobre la mesa que hace un mes dieron los coroneles del PSOE imponiendo el sacrificio de Chacón y la sucesión a título de candidato de Rubalcaba fue el primer peldaño. El personaje lo adornó como pudo, malamente pues, y quedó en evidencia el carácter interino de su situación.
El segundo tramo de esa especie de via crucis fue el clamor de la calle el día 22 de mayo. La promesa de un nuevo líder no pudo evitar la debacle electoral. La gente debió de no creerse que Alfredo Pérez Rubalcaba fuera nuevo. Los partidos de apoyo, PNV y CiU fundamentalmente, se han convertido en rémoras; los pactos municipales no han favorecido futuros entendimientos sólidos. Pero, sobre todo, ¿entendimientos para hacer qué?
¿Unos presupuestos carentes de toda credibilidad, utilidad, etc? Y por aquí llegamos al tramo final de la historia porque “con las cosas de comer no se juega”.
Los treinta próceres reunidos en La Moncloa, tras los que durante medio año se ha venido parapetando el presidente, han visto colmada su capacidad de comprensión y apoyo. Los más importantes en el IBEX están viendo cómo, por el hecho de ser españoles, sigue subiendo el coste de su financiación y bajando su capitalización; cómo la Bolsa no está para absorber el valor de sus sociedades fililales, o cómo una colocación internacional de deuda se queda a medias porque ni el crédito subyacente del Reino vale como garantía. Y esto son palabras mayores.
El plante está al llegar. Por los cauces ordinarios de la política, naturalmente. Incluso con la connivencia de buena parte de los socialistas que verán la oportunidad de abrir un paréntesis reparador de tanto destrozo… y con la crisis que carguen los de enfrente.
Al tiempo, y entre higos y brevas llevamos ya veintidós días perdidos.