Situaciones como la actual no son frecuentes en la Historia reciente. Una profunda crisis de líderes políticos, culturales y sociales está generando un estado de incertidumbre como quizá no se vivía desde las crisis prebélicas del último siglo. Y la incertidumbre se transmuta en indefensión cuando la sociedad pierde todo tipo de referentes y comienza a sentir su presente y futuro fuera de control.
El problema no es de aquí, que también; es de todo un mundo que dormía en paz tras la caída del muro de Berlín y la disolución del comunismo soviético que puso punto final a la llamada guerra fría. Un mundo que se sintió libre para desarrollarse respaldado por el gran gendarme norteamericano.
El relajo duró lo que tardó en llegar la intifada musulmana; el 11 de septiembre de 2001 suicidas yihadistas asesinaban a más de tres mil personas en Nueva York. Y por ahí empezó una crisis de hondas consecuencias aún no ha sido superada. Las respuestas se contaron por fracasos y los fracasos fueron tragándose a los líderes que las propiciaron. Ahí quedan los escombros de aquella llamada primavera árabe…
Los nuevos paradigmas sociales no han propiciado precisamente dirigencias políticas capaces de restablecer el tejido de confianza que toda sociedad reclama en momentos de inseguridad. La carencia de liderazgos solventes capaces de restaurar los principios y sentimientos propios de la ciudadanía democrática fue suplida por banderas de cambio enarboladas por iluminados antisistema y rancios nostálgicos de antiguas dictaduras.
Realmente grave ha sido que extrañas coincidencias astrales propiciaran el acceso a la Casa Blanca de alguien como Trump, tan ajeno a las responsabilidades que la presidencia de la gran potencia implica. Su nacionalismo desbocado provoca tal cúmulo de dislates en la arena internacional que están arruinando el difícil equilibrio sobre el que se asienta el mundo occidental.
El vacío causado por el ensimismamiento del nacionalista americano está siendo rápidamente cubierto, siguiendo aquella máxima de que la naturaleza aborrece el vacío. Pero no precisamente para restaurar aquel equilibrio, sino para volcarlo del lado antidemocrático. Rusia y China aún no han jugado un solo partido en la liga de los derechos humanos y las libertades ciudadanas.
Del cruce, o acumulación, de intereses de Putin y Xi Jinping, dos jóvenes sesentones con irrefrenables y manifiestos deseos de mandar lo que les quede de vida, la Unión Europea en ciernes puede ser la gran víctima.
Y nosotros mirando a Waterloo…
ENHORABUENA. Y bien cierto ese final.Nuestros periódicos ,aparte de ser un coñazo y disminuir los kioskos de venta, tienen el punto de mira desenfocado.