Un somero análisis de la situación parece haber inducido a Rivera a dar el salto y abrirse a una coalición con los socialistas de Sánchez en la legislatura próxima. Lamentablemente los partidos actuales, todos, no están para ir mucho más allá de lo somero; es lo que tiene el tacticismo.
Perdido el sentido común por su falta de uso, han desarrollado el del olfato; huelen cómo está el patio y acomodan lo que haga falta para ponerse al pairo a la espera de mejores vientos y oportunidades.
Lo de “marca blanca del PP” ahora les duele en las entrañas. Mientras Rajoy iba liberando la prima de riesgo y daba aire al PIB, los ciudadanos tragaban lo que hiciera falta, se sentían socios del éxito. Pero cuando las cañas se tornaron lanzas y los populares comenzaron a acusar el peso de sus propios errores y el tufo de la corrupción nacida en la etapa aznarí, Rivera orientó el gobernalle en dirección opuesta; del centro derecha, al centro izquierda.
El cambio de rumbo se hace demasiado evidente cuando las muestras de la independencia propia se trasmutan en acerba crítica a todo lo que se menea en casa del hasta ahora socio. Resulta pueril, y en todo caso no parece que cotice al alza entre los españoles que ven agotarse una legislatura sin que quienes pueden resuelvan los problemas reales del país.
Las hostilidades han sido simétricamente respondidas por los de Rajoy, escamados por el trasiego de votos producido en Cataluña y el que algunas encuestas apuntan.
Dando por buena esta tendencia, su efecto más evidente es la consolidación de un bloque mayoritario en el país, el centro derecha, que Rivera podría capitanear a poco que juegue la carta de la renovación con tanta inteligencia como humildad, y pierda sus complejos. Difícil es la empresa, como todo lo que merece la pena. Ganarían los votantes de uno y otro partido.
La alternativa es pasar del pelo a la pluma, jugar al cambio de socio. Tiene modelos de sobra en los partidos liberales de Alemania y del Reino Unido, fundamentalmente. Parece que le gusta, demostraría ser capaz de alcanzar aquí lo que otros no consiguieron en nuestra historia reciente.
No siempre ese papel de bisagra termina satisfactoriamente, ocasiones hay en que acaba avasallado por uno u otro de los grandes. En todo caso, la tentación es fuerte para quien aún no ha mojado pan en mesa de gobierno.