Higiene democrática, entiéndase. La momentánea clausura de la delegación del gobierno regional catalán en Bruselas es una medida inteligente para preservar aquel centro de lo grotesco. Que un Estado democrático pague oficina, agua mineral y cafés a un prófugo de la Justicia sobre el que pesan acusaciones del porte de sedición, rebelión, malversación, etc. hubiera sido, sencillamente, estrambótico.
Las protestas del flamante presidente de la cámara catalana por el cierre de la oficina se diluyen a la vista de la fotografía del acto finalmente celebrado en torno a una mesa cualquiera con el payasito a la cabecera. En una reunión con supuestos parlamentarios, el señor Torrent cede su puesto a un fugitivo de la justicia al que termina refiriéndose como legítimo president de la Generalitat. He ahí el cambio. Extraña manera de “coser la sociedad catalana”, objetivo que propuso en su toma de posesión.
Realmente resulta desmoralizador tener que vivir bajo esta especie de pesadilla interminable, ver en las televisiones cómo traiciona a su Estado, no hablemos ya de patria, un ciudadano que al Estado todo le debe. Y la sarta de estupideces que sus corifeos proclaman con impostadas ínfulas. Uno habla de la falta de cultura democrática del Estado, otro dice que si nos niegan la entrada tendrán que darnos explicaciones. ¿Más explicación que el 155?
La cuestión por definir es hasta dónde y cuándo va a llegar el circo que sostienen los mecenas que pagan los gastos del cómico que sigue creyéndose presidente de la republiqueta. No parece que la cuadrilla de los cinco tenga posibles como para vivir un trimestre, y lo que pueda quedarles, en una ciudad gravosa desde que la Unión Europea instaló allí su cuartel general.
¿Tanto dará de sí el 3% robado en comisiones? Aunque mucho fuera lo apañado haciendo país, lema de Pujol el fundador, no parece probable que la fortuna dé para tanto y tantos al cabo de tantos años.