Tal día como hoy, hace treinta y nueve años, los españoles ratificaban en las urnas la Constitución de la Concordia. Una inmensa mayoría abrió el futuro que estamos viviendo, cerrando un siglo desventurado de enfrentamientos, golpes y hasta guerras civiles; de trágalas, crímenes y atroces ajustes de cuentas.
El Rey la sancionaba en el Palacio de las Cortes veintiún días después, rubricándola sobre las firmas de Antonio Hernández Gil, Fernando Álvarez de Miranda y Antonio Fontán Pérez, presidentes de las Cortes Generales, del Congreso y del Senado. El 28 de enero Adolfo Suárez, el presidente del Gobierno que condujo el proceso constituyente, ordenó su inserción en el Boletín Oficial del Estado con el mandato de ser publicada “así mismo en las demás lenguas de España”.
En su breve discurso ante los legisladores constituyentes, alertó don Juan Carlos I: “Si hemos acertado en lo principal y lo decisivo, no debemos consentir que diferencias de matiz o inconvenientes momentáneos debiliten nuestra firme confianza en España y en la capacidad de los españoles de profundizar en los surcos de la libertad y recoger una abundante cosecha de justicia y de bienestar.
Porque si los españoles sin excepción sabemos sacrificar lo que sea preciso de nuestras opiniones para armonizarlas con las de otros; si acertamos a combinar el ejercicio de nuestros derechos con los derechos que a los demás corresponde ejercer; si postergamos nuestros egoísmos y personalismos a la consecución del bien común, conseguiremos desterrar para siempre las divergencias irreconciliables, el rencor, el odio y la violencia, y lograremos una España unida en sus deseos de paz y de armonía.”
Mucha agua ha pasado desde entonces bajo los puentes que entre orillas y riveras tendió un consenso nacional tan generoso como trabajado. Con mejor o peor fortuna el pueblo español ha sorteado escollos y dificultades, en ocasiones con mejor pulso que el de sus dirigentes.
A lo largo de toda la Historia Contemporánea los españoles nunca tuvimos un período tan dilatado de libertades y progreso cultural, social y económico como el vivido bajo las garantías de la Constitución del 78. Tal vez víctimas del éxito, la crisis mundial iniciada en el 2011 abrió un vacío que ha supuesto un antes y un después en la sociedad española.
En el mismo año 11 la corrupción sistémica organizada desde el nacionalismo político catalán comenzó su desafío al Estado, lastrado por los errores e incompetencia del gobierno socialista de Zapatero. Y en mayo del mismo año nace el movimiento 15M que con el tiempo acaba institucionalizándose en Podemos, el primer gran partido antisistema.
Ambos fenómenos constituyen la más seria amenaza a la convivencia pacífica y el progreso del país, agravada por el hecho de que los dos ejercen una especie de atracción fatal sobre el partido socialista, la izquierda constitucionalista. Este hecho, junto al anquilosamiento del gran partido del centro derecha, constituye una seria amenaza para el conjunto del sistema.
Porque el espíritu de la Constitución del 78 está basado en un equilibrio variable entre las dos grandes corrientes que han venido protagonizando la dialéctica política en las democracias occidentales, hoy enfrentadas al desafío de adaptarse a la realidad sin perder sus referencias.
De la capacidad de socialdemócratas y liberalconservadores para representar al conjunto de la actual sociedad española depende nuestro régimen de libertades. Y nuestra sociedad, ni aquí ni en el resto de la Unión Europea, es la de hace treinta y nueve años.