Tener de compatriotas a gentes como Marta Rovira resulta degradante, deshonroso. Es inaudita la catadura ética de la provocadora que el pío Junqueras propone a los catalanes como candidata a presidir su gobierno autonómico. En manos de rufianes de esta calaña la política siempre desemboca en las sentinas del guerracivilismo.
La mentira es el báculo de las tiranías; sobre ellas marchan gerifaltes que esquilman las libertades de sus pueblos, embaucados entre los pliegues de una capa que en su revolera ofusca los perfiles de la realidad con el augurio de un nuevo paraíso en la tierra. Hitler y Stalin contaron seguidores por millones, pero fueron aún más los millones de víctimas inmoladas por su paranoia.
Hasta dónde llegan los estragos que la fe independentista haya podido causar en la sociedad catalana es la gran cuestión de que depende el futuro que se abre el 21-D. Muy abducido por esa mitología hay de estar para dar pábulo a las tremebundas falsedades de la tal Rovira.
Que el gobierno español, y de Rajoy para más coña, amenazara a los patriotas catalanes con la entrada del ejército por las ramblas, muertos en las calles y demás plagas de Egipto es alucinante; literalmente.
En Moscú se producía simultáneamente el director de la inteligencia exterior rusa en un seminario del I.E., think tank del Kremlin. El funcionario Naryshkin, histórico colaborador de Putin, leyó en su ponencia nada menos que “cuando en Cataluña los resultados del referéndum, suprema forma de expresión democrática de la voluntad popular, les resultaron incómodos (las autoridades españolas) no sólo se negaron a reconocerlos sino que sometieron a los iniciadores de la votación a represión política de hecho, y a los participantes de las acciones callejeras en apoyo de la independencia, a una brutal violencia policial”.
Y luego dicen los portavoces del gobierno ruso que lo de la injerencia de sus redes en el conflicto catalán es una patraña y que haberlo denunciado puede perjudicar las relaciones entre los dos Estados.
“Miente, miente, miente que algo quedará, cuanto más grande sea una mentira más gente la creerá” sentenció Goebbels, que del valor de la mentira como antídoto contra la democracia sabía más que nadie.