Imagínense una inmensa manifestación, decenas de millones de españoles, auto convocados en cada plaza de ciudades, villas y pueblos, de norte a sur de la península, portando una sola pancarta que en negro sobre blanco diga: NO TINC POR.
Nada más; no hacen falta banderas, ni servicios de seguridad que perturben el grito unánime dicho así, en catalán, para que lo entiendan quienes quieren llevar a la calle el desafuero cometido en sus propias instituciones. No tenemos miedo; tenemos la ley que es la razón democrática; tenemos la Historia y tendremos el futuro porque somos más, infinitamente más.
Creo que sería lo más efectivo para deshacer el truculento andamiaje levantado para la secesión. A los sediciosos los tribunales, desde el Constitucional a los juzgados de paz, les traen sin cuidado; el aislamiento internacional, al pairo; como la defección continuada de compañeros de viaje que han visto superadas todas las barreras, hasta las del sentido común.
Llegados al punto de ver anuladas todas las leyes y ocurrencias con que vienen dándonos la matraca, acabarán recurriendo a la inmolación de algunos para ampliar el martirologio abierto con Maciá y Companys hace tres cuartos de siglo, y que hoy guardan en sus almarios una vez censurados los Puyol y demás frescos convergentes. Triste final de tan estrafalaria como estéril aventura.
“Llenaremos las calles” ha retado al Estado Puigdemont el Pilós tratando de crear las condiciones objetivas para que sus Tontons Macoutes, tras cambiar las pancartas del pasado mes por armas más contundentes, causen destrozos ¿vidas humanas? en la Cataluña que lleva cerca de una década sometida al arbitrismo de unos ilusionistas descerebrados.
La sombra de Maduro se alarga por las Ramblas; parece mentira que esa nueva forma de dictadura caribeña haya hincado sus reales en el nacionalismo catalán, invento de una burguesía ambiciosa –lean la obra de Jordi Solé Tura, uno de los siete padres constitucionales, siempre catalán y comunista entonces- “Catalanisme i revolució burguesa” y aprendan las izquierdas diversas de qué polvos nació el lodo en que hoy están embarrados.
No les tenemos miedo. Tenemos la fuerza de la razón y la razón de la fuerza de la democracia; de las leyes. Y, sobre todo, no peleamos; nos gusta la libertad en paz.
Y todo ello dicho con sumo respeto, como el que en La Habana, frente al Malecón y cerca de la Oficina de Intereses de Estados Unidos, mostraba el gran cartel recordando un discurso de Fidel Castro en el lejano otoño de 1981: “Señores imperialistas ¡No les tenemos absolutamente ningún miedo!”.