Desde un partido en el Gobierno se dice lo que se tiene que decir, pero Sánchez le viene bien al PP. A España, no. Veamos.
Ganador de ese invento mata partidos llamado primarias –reciente la muerte de Republicanos y Socialistas en las celebradas en Francia- Sánchez supondría el escoramiento del PSOE hacia el nuevo izquierdismo adanista que viene abrevando en Podemos.
La pérdida de votos que sufriría en el centro del espectro nacional, los que en anteriores ocasiones le dieron al PSOE el poder, le conduciría sí o sí a uncir su suerte al yugo de Iglesias. Doble error, de la coyunda no saldría la suma que unos y otros creen tener en el electorado.
Y es que entre electorado y militancia suele mediar una larga distancia. Por ejemplo la que va del fracaso de Sánchez en las tres últimas elecciones a las mayorías absolutas que su partido registró en anteriores ocasiones, incluso una de ellas con Zapatero a la cabeza. ¿Cuatro millones de votos?… La militancia tiene compromisos que el electorado ni siente ni entiende.
Con Sánchez instalado en Ferraz el PP sólo tendría que ocuparse de que los casos de corrupción que han afectado a sus chorizos no lleguen a forzar una moción de censura ganadora. Lo demás… cada sinsentido del nuevo SG socialista acarrearía votos al cesto popular, abierto ya de por sí gracias a la buena marcha de la economía, creación de empleo, etc.
Pero a España el triunfo de Sánchez le sentaría como un sinapismo. Todo sistema representativo requiere de opciones de gobierno capaces de dar salida a las expectativas de los ciudadanos. La alternancia es conveniente, y a la larga indispensable; su ausencia suele ser causa de males como el de la corrupción. Ahí están las consecuencias en gobiernos regionales como el de los populares en Madrid, de los socialistas en Andalucía o de los nacionalistas en Cataluña.
El reiterado fracaso de las primarias en medio mundo radica en la propia naturaleza de este tipo de elecciones. La militancia representa el suelo de todo partido, el techo lo levanta el electorado. Por ello las primarias deberían plantearse ante los electores, y sobre todo los que se fueron. De su opinión cabría deducir la causa de su abandono y qué dirigente concita más confianza y respeto para llevar a buen término los objetivos programáticos más compartidos.
Lo otro, mero circo. Y sin red.