Las novedades han solido venir de Francia. Desde la Ilustración que se cargó para muchos años aquel arrebato de independencia que hoy celebra Madrid, o los libros de Ruedo Ibérico que alimentaban a la callada progresía durante el franquismo, hasta los futboleros de hoy Griezmann y Zidane, pasando por los niños cuando llegaban desde Paris.
Ahora nos está enseñando hasta qué punto los extremos pueden llegar a amancebarse, que lo de tocarse se queda corto. Los bolivarianos galos que acaudilla Mélenchon insuflan aire al integrismo xenófobo de Le Pen con un objetivo manifiesto: cargarse el sistema democrático. Pero como son franceses, aspiran a más: acabar con Europa.
Cabe suponer que en esta semana se imponga la razón entre los galos y el próximo domingo los europeos respiremos aliviados. Pero en cualquier caso Francia, la históricamente culta Francia, quedará partida en dos irreconciliables naciones. De un lado, la nación heredera de su larga historia democrática republicana, de otro la del vacío de valores convivenciales, la de la segregación, la de la revancha.
Entre ambos bandos no cabe el turnismo. No se trata de una revisión o puesta al día del bipartidismo, todo lo imperfecto que se quiera pero que sirvió a los franceses para tirar hacia delante desde el nacimiento de la Quinta República, hace más de medio siglo. Conservadores y socialistas han pasado a peor vida víctimas de sus propios errores. La restauración de aquel cuadro costará tiempo, ojalá que no demasiado.
Lo del Frente Nacional es una desgracia como tantas otras, de las que España se viene librando, pero lo de la “Francia Insumisa” del ex socialista Mélenchon sí que lo sufren los españoles. La escuela bolivariana y sus petrodólares han homologado un esquema de subversión social, y podemitas e insumisos hablan de la casta con un mismo acento, como de la UE, de la OTAN y de Maduro.
Entre nosotros, los esfuerzos de algunos sectores para echar a los populares más a la derecha, o escindirlos, caso de VOX hace unos años, resulta grotesco. En el espectro conservador de nuestra sociedad hay pocos integristas, aún menos liberales, y una gran mayoría que, sin tener conciencia de ello, viene votando la estabilidad que le proporciona una política de corte socialdemócrata. Ese es el electorado que volcó sus votos en favor de González como en el año 2000 lo hizo por Aznar y ahora por Rajoy.
La izquierda democrática que representan los socialistas está sometida a similar tensión por obra y gracia de un despechado ex secretario general que dejó el partido en caída libre. Presuntamente opera por su banda izquierda, aunque la ideología no juega en la contienda abierta para reconducir el socialismo nacional. Pero un hipotético triunfo de Sánchez significaría la victoria de Iglesias y la práctica desaparición del PSOE como partido de gobierno.
La asimetría dada entre los casos francés y español viene marcada por las profundas diferencias entre una y otra sociedades. Quizá el mayor dinamismo de la española sea consecuencia de la explosión de libertades vivida a partir de 1976, tras los años que vivió represada durante el franquismo.
En cualquier caso, ojo al vecino.