Esto va a más. Se veía venir desde el cierre del festival de Vistalegre. De la provocación al insulto, y del insulto a la amenaza. Baja aquí si te atreves cascaba agitando la mano el señor de la coleta que amenzaba de escaño a escaño a un diputado popular. ¿Templo de la soberanía nacional o gallera donde mostrar quién tiene más espolones?
La irrupción de la casta podemita complementa divinamente la cansina monserga de los sediciosos catalanes. Entre coletas y pelucones el común sale como puede de las tertulias matinales de cada día. Parece como que no hubiera vida más allá del absurdo mundo en que viven. Allá ellos, ha venido diciendo la gran mayoría camino de su trabajo después de los minutos de radio vividos.
Pero cuando el diálogo comienza a ser pisoteado por la chulería de jefe de la banda y las amenazas de matón que acecha a las puertas de los tribunales, las cosas comienzan a ser diferentes.
Nada de eso es nuevo; hace tres cuartos de siglo los ascendientes de esta gentuza amenazaron de muerte al jefe de una minoría. Y a los pocos días fue asesinado el diputado Calvo Sotelo. Por aquella misma década, un golpista catalán cumplía su sueño proclamando su Estado particular ciscándose en la Constitución de la Segunda República.
España era entonces un país pobre empeñado en serlo cada día más, en su autodestrucción, y entre unos y otros alcanzaron su objetivo. Extraña vocación la de quienes como borricos uncidos a la noria se empeñan en seguir dando vueltas a la Historia con los ojos cerrados a la realidad.
Demasiados dramas lleva sufridos Europa como para que unos elementos traten de hacernos revivir aquellos tiempos de cainismo fratricida y asalto al vacío. La mayoría silenciosa debería dejar de estarlo y hacer oír su voz; sólo su voz, pero de forma rotunda para detener la marea de esperpentos que nos amenaza.