Las pugnas entre los príncipes cristianos, allá por el siglo XVI, terminaron a manos del emperador Carlos, nuestro Carlos I, y del papa Paulo III, el del Concilio de Trento y la aprobación de los jesuitas.
Hoy no hay autoridad independiente que zanje las disputas en el seno de organizaciones que se suponen cohesionadas por unos mismos principios. Aquí, como en Francia o los Estados Unidos, los partidos políticos no sólo se pelean unos con otros sino que en su propio seno anidan enfrentamientos fratricidas.
El PSOE está en ello; el caudillo que lo llevó hasta el abismo parece dispuesto a acabar con el carisma en el próximo congreso. ¿Es imaginable una socialdemocracia asamblearia?, pues en eso anda el candidato Sánchez. Hacer de las primarias un referéndum sobre la democracia representativa es una barbaridad sólo explicable desde el ego herido de un fracasado.
La confrontación trasciende de las divergencias propias entre demócratas y del respeto correspondiente a la opinión del compañero. Malamente pueden concurrir positivamente a la convivencia nacional quienes en sus relaciones internas no se atienen a los usos más elementales de toda buena crianza. Y ello afecta a la gran mayoría de la sociedad española.
Lo que pasa en el corral de Podemos es harina de otro costal. Durante dos años parecía como que estuvieran fingiendo una pluralidad interna poco comprensible dadas sus raíces ideológicas diversas. Ni el comunismo soviético, la revolución maoísta, el fundamentalismo iraní o el chavismo bolivariano son movimientos proclives al respeto por las minorías. Todos tienen en común el mismo principio: el caudillismo propio de los totalitarismos de cualquier signo.
Pues va a resultar que las divergencias que venían aflorando eran reales y de fondo. El gran mandamás no se conforma con su estatus de diputado radical porque se siente abocado a encabezar la revolución pendiente, mientras que el portavoz parlamentario piensa que hay que hacer política desde las instituciones, que más vale pájaro en mano que ciento volando.
Eso sí que es una discrepancia impulsada por dos modelos radicalmente opuestos. La situación recuerda a las diferencias entre mencheviques y bolcheviques durante la revolución rusa. Catorce años antes de la Revolución, el ala radical del llamado Partido Socialdemócrata Ruso ganó el congreso celebrado en Londres. La mayoría, los bolcheviques acaudillados por Lenin, propugnaba la dictadura del proletariado para acabar con el zarismo, frente a los mencheviques, partidarios de hacer de Rusia una democracia burguesa como paso previo al socialismo.
Pasó lo que tenía que pasar: la escisión, que pocos años después llegó hasta la persecución de los mencheviques, exilios, Siberia, etc. Sin llegar a tales extremos, ¿resistirá Podemos y todas sus mareas revueltas una confrontación de modelos como la que está sobre el tablero?
Iglesias y Errejón pueden solventar la crisis en la inminente Asamblea Ciudadana reduciendo la disputa a cuestiones procedimentales; es decir, dar al problema una patada a seguir hasta ver cómo salen los socialistas de sus líos, cuánto tarda en disolverse la IU que llevan arrastras y, sobre todo, cómo marcha el conjunto del país. Demasiadas funciones por resolver.
No son príncipes, de cristianos tienen poco, y el orden ya no lo ponen reyes ni papas. Ahora quien manda es la sociedad a través de la opinión pública y de los votos.