A pesar de los resultados que en el seno del PSOE han arrojado las primarias celebradas desde hace ya dieciocho años, el partido parece dispuesto a seguir jugando a la ruleta rusa, entretenimiento bastante parecido a la apelación a la militancia para dar con el guía capaz de llevarle hasta la tierra prometida.
El común está sometido por la tiranía de la imagen; nada más vigorizante que ver las primarias de los dos grandes partidos norteamericanos con sus globos de color, himnos y demás parafernalia con que coronan –empoderan que diría el cursi del momento- a sus candidatos a la Presidencia. ¿Por qué no hacer como ellos?
Que allí salga un Trump, como antes salió un Bush II, no le quita encanto a la cosa, vistas las ansias de jugar a las primarias aquí desatadas. Nuestros socialistas parece no haber tenido suficiente con el fracaso de Borrell, el fiasco de Zapatero ni con el descalabro de Sánchez.
¿De qué primarias surgió Felipe González? Esta es la pregunta que deberían hacerse quienes comienzan ya a agitar pancartas y reportajes.
Una de las gentes más sensatas que hoy habitan en el partido, el ingeniero asturiano Fernández que preside su Comisión Gestora, forzado hace unas semanas a confirmar que habría primarias, como está estatuido, aprovechó la ocasión para decir que él no quería un candidato de unidad, sino tener un partido unido. ¿Contribuyen las primarias a unir un partido como el socialista? Y pregunta similar cabría aplicársela al popular.
Las primarias tienen sentido en escenarios como el norteamericano donde los partidos tienen más que ver con alianzas electorales de intereses que con sistemas ideologizados, o el chileno y el francés, donde las primarias sustancian el peso que en el seno de las coaliciones de izquierda y derecha tienen los partidos integrantes. Ninguno de ellos es el caso español.
Aquí los únicos contendientes con aires de coalición son los podemitas, que bastante tienen con no romperse la crisma a los cuatro años de haber nacido; y tampoco los comunistas son tan partidarios de las elecciones como para sortear el bastón de mando entre sus dirigentes. Los sistemas representativos les producen alergia; lo suyo son las marchas, desde Mao hasta Maduro.
Las cuestiones de una sociedad como la nuestra son demasiado complejas como para admitir soluciones simples. El problema de los partidos, y hasta del propio parlamento, radica en la banalización del recetario; los expertos se utilizan para refrendar, no para estudiar y sugerir. Los llamados think tanks suscitan más recelos que el guaperas sin más fundamento que una acogedora sonrisa.
Por cierto, ¿son las primarias solución para los problemas de identidad del socialismo español en Cataluña o el País Vasco?