“Hemos superado una compleja situación política que conocéis bien.” No cabe expresar mejor y con mayor elegancia el espectáculo que la llamada clase política brindó al mundo entero durante tres cuartas partes del año que termina. Las palabras del Rey en la noche del 24 son el paradigma de los valores que la Corona representa en nuestro sistema, en la monarquía parlamentaria.
Felipe VI no precisó entrar a calificar o descalificar la que tirios y troyanos montaron sobre los resultados de tres convocatorias electorales sucesivas. Otro jefe del Estado, un presidente de una hipotética república española, se sentiría autorizado para sacar consecuencias de “la compleja situación política que conocéis bien”. Y no necesariamente habría de perder por ello su papel arbitral, pero el puro hecho de revisitar las penosas circunstancias vividas durante ocho meses sería juzgado por unos y otros como injerencias en el papel que corresponde a los políticos. Precisamente porque él mismo sería uno de ellos.
Para el titular de la Corona el papel de la política es facilitar la convivencia y desarrollo personal de los españoles. “Es importante que en nuestra sociedad se haya recuperado serenidad y que los ciudadanos puedan tener la tranquilidad necesaria para poder llevar a cabo sus proyectos de vida.”
Los poderes políticos al servicio de la sociedad, de donde emanan las leyes e instituciones fundamentadas en su Constitución. Eso es el Estado democrático de derecho, the rule of law: sometimiento a la Ley, Ley estable, clara, democráticamente dictada y administrada por tribunales independientes. El respeto a la Ley.
“La modernización, el bienestar, requieren siempre de una convivencia democrática basada en el respeto a la Ley, en una voluntad decidida y leal de construir y no de destruir, de engrandecer y no de empequeñecer, de fortalecer y no de debilitar.”
Parece obvio que un jefe de Estado consciente de su papel haga suyas palabras como éstas, o que insista en el valor esencial que el cumplimiento de la Ley tiene: “Vulnerar las normas que garantizan nuestra democracia y libertad sólo lleva, primero, a tensiones y enfrentamientos estériles que no resuelven nada y, luego, al empobrecimiento moral y material de la sociedad.”
El monarca habló en términos que todo el mundo puede comprender, recordando que vivimos en tiempos “para profundizar en una España de brazos abiertos y manos tendidas, donde nadie agite viejos rencores o abra heridas cerradas.”
Una Nación en que “la intolerancia y la exclusión, la negación del otro o el desprecio al valor de la opinión ajena, no pueden caber en la España de hoy”. Así dijo Felipe VI.