Revisitar está de moda. Ahí termina toda aproximación que hoy se hace a la Historia, en visitar el pasado como si de casa de suegra se tratara.
La investigación es un proceso demasiado lento, fatigosa la búsqueda de fuentes y su comprobación y, además, para qué mirar demasiado atrás… Con lo fácil que resulta echar mano de cuatro tópicos mal fundamentados y construirse adefesios como los que se escuchan o leen por doquier, ya en el Congreso de los Diputados, ya en algunos medios.
E incluso ver, como en el bodrio del pobre Trueba, La reina de España, viva muestra de hasta dónde puede caer el buen hacer del oscarizado director de Belle Époque y de la divertida Two much entre otras.
Puestos a revisitar la década de los cuarenta, a don Fernando y a la señora de Barden no se les ocurrió otra cosa que hacer una secuela de La niña de tus ojos pero convirtiendo lo divertido de aquélla en fantochada progre, una especie de ajuste de cuentas y azote de franquistas.
“Qué tropa, joder, qué tropa”, que exclamó el conde de Romanones al enterarse del resultado de la votación sobre su candidatura a RAE. Había visitado a todos y cada uno de los electores, todos le prometieron su apoyo… todos le dejaron con la miel en los labios. Y Romanones no era un cualquiera. Durante el reinado de Alfonso XIII fue primer ministro en tres ocasiones y diecisiete veces ministro, además de presidente del Senado.
Don Álvaro de Figueroa era del partido de Sagasta y Canalejas, los pogres de aquellos timpos que dando la réplica al conservador Cánovas hicieron posible la Restauración, más de medio siglo de paz y crecimiento como el país no había vivido desde los tiempos de Carlos III. Sus Notas, Observaciones y Recuerdos, entre tantas obras y escritos periodísticos, muestran a un hombre ingenioso, cínico y buen español.
Comenzando por aquello de que cuando digo nunca digo que por ahora, porque después ya veremos.
“Es más fácil dogmatizar que discutir, vencer que convencer”… “En realidad, los discursos sin contradictor no son discursos sino sermones; sermonear es más fácil que discutir, sólo es dogmatizar”. ¿No parece que acabara de asistir a una de las tabarras con que Iglesias obsequia a sus deudos desde el escaño en el Congreso?
“Hagan ustedes las Leyes que yo haré el Reglamento” es otra de sus respuestas a la oposición que hoy podría apropiarse Rajoy con la mayor naturalidad dada lo precario de su poder parlamentario.
Y como buen liberal, al igual que Sagasta o Canalejas, le sublevaba el secesionismo catalán: “Vosotros pretendéis el empleo del catalán –dijo desde la tribuna parlamentaria– porque pueblo que su lengua cobra, su independencia recobra; y por el camino que conduzca a tal designio os tenemos que atajar.”
Y en sus Notas, obra póstuma, escribió “En mi frecuente paso por el Gobierno, he aprendido que la atención de los Ministros ha estado absorbida constantemente por Cataluña; cuando no era una cosa, era otra; huelgas, regionalismo, separatismo, sindicalismo, proteccionismo…”
Casi nada surge de la nada; ni siquiera los cuatro imbéciles que rompen las fotos del Rey. Qué bien nos vendría a todos que los responsables sociales de nuestro país supieran de nuestra Historia algo más que chascarrillos y consignas políticas acuñadas por el dogmatismo de comunistas y fascistas, o la frivolidad del viajante foráneo que llega a España en busca de emociones fuertes, guerrillero toreadores y gitanas con una faca en la liga.