¡Hay que ser cretinos! Cerrar al tráfico la Gran Vía madrileña es como poner puertas al campo. La concejala Maestre ha ampliado el blanco al que dirigir su embestida. Hace seis años eran la capilla de la facultad de Psicología de la Complutense y sus fieles visitantes. Despechugarse y gritar estupideces al uso era su modo de significarse. Pasados los años y encumbrada al gobierno de la capital de España se le han quedado pequeñas capilla y creyentes y la emprende con la Gran Vía y los millones de madrileños que transitan por ella al cabo de un mes. Cincuenta mil coches y ciento ochenta autobuses al día, ahí es nada.
¡Hay que ser cretinos! Soliviantar los ánimos ya de por sí excitados de los capitalinos puede ser más excitante que atentar contra la libertad de creencias de unos universitarios, pero también lo serán sus consecuencias. El atropello de los derechos ciudadanos a circular libremente por su ciudad ya no se salda únicamente en una sala de juzgado. Habrá que esperar algún tiempo a conocer el veredicto de las urnas, si es que de aquí a entonces, dos años, el PSOE no deja colgados de la brocha a Carmena y su pintoresco equipo.
¡Hay que ser cretinos! La Gran Vía es parte sustancial del eje de comunicación transversal, palabra éste de moda donde las haya, que cruza Madrid de oriente a occidente. Como el Broadway neoyorquino, éste lo hace de norte a sur, fue trazada la Gran Vía a principios del siglo XX sobre callejas y plazuelas infectas que impedían hacer de Madrid una ciudad abierta.
¡Hay que ser cretinos! Pensarán Maestre, Carmena y demás podemitas que la Gran Vía es un invento franquista. ¿No se llamaba Avenida de José Antonio? Lo menos que cabe pedir a los ediles es que conozcan lo que se traen entre manos. Antes de que en 1939 Franco quisiera halagar a la Falange tras haberse hecho el sueco tres años antes ante el anunciado fusilamiento del fundador José Antonio Primo de Rivera, la actual Gran Vía, dividida en tres tramos, tuvo nombres para todos los gustos: Eduardo Dato, Pi y Margall y Conde de Peñalver durante el reinado de Alfonso XIII; Avenida de la CNT, de la Unión Soviética y de México, durante la II República. Hasta que se impuso la realidad y en 1981 la Avenida pasó a llamarse Gran Vía que es como todo el mundo ya venía llamándola.
¡Hay que ser cretinos! Poner patas arriba una ciudad del porte de Madrid sólo se le ocurre al más torpe de los arbitristas. Y todo ello con el dinero de los contribuyentes. ¿Por qué siguen ahí estos desgarramantas, quién les sostiene la escalera? Vayan a ver la zarzuela de Chueca, Valverde y Pérez y déjennos en paz, cretinos.