Como en Cataluña, el cáncer nacionalista hace metástasis en el partido socialista del País Vasco. Iceta se ha travestido de Idoia para regocijo de aquel Sánchez y pesares de la gestora. A este paso la marca PSOE no la reconocerá ni la madre que la parió, como Guerra dijo de España cuando arribaron al poder hace treinta y tres años ya.
De entrada, la mayoría de los partidillos federados ya han suprimido la O con que hace siglo y cuarto lo trajo al mundo Pablo Iglesias I, el Respetable. La E de España se transmuta en V de Valencia, o C de Cantabria y hasta en la vieja Castilla lo han rebautizado como PSCyL. Los asturianos, para no ser confundidos con el PSA andaluz, se llaman FSA-PSOE, al estilo de los manchegos: PSCM-PSOE.
¿Radicará en esta sopa de letras la causa de que todos ellos hayan alcanzado la condición de perdedores?
Hace dos mil años alguien dijo aquello de que “ninguna casa dividida contra sí misma prevalecerá”. Y aún quinientos antes, Esopo contó la fábula de los juncos: el viejo padre da a sus hijos el último consejo mostrándoles un manojo de juncos atados con una cuerda. Tratad de romperlo; imposible respondieron ellos tras diversos intentos. Desató la gavilla y les dijo: ¿veis? uno a uno son frágiles y resulta muy fácil quebrarlos; aprended la lección: la unión hace la fuerza. ¿Por qué no aprenden aquí?
La corrección política y los bienpensantes de turno harán bellas exégesis de la firma/yugo que pone al PSE a tirar del carro del PNV: así liberan los socialistas de cualquier tentación peneuvista de escorarse hacia babor dirán, como si el nacionalismo burgués no tuviera el instinto de conservación necesario para mantener a raya a la margen izquierda.
Y ahí tenemos ahora a los socialistas metidos en la defensa del concierto económico y demás extremos del régimen foral, los derechos históricos concedidos en 1839, tiempos de guerras carlistas, privilegios que rechinan hoy y poco casan con principios como el de la igualdad y solidaridad, básicos en el pensamiento socialista. O no, que ya nada se sabe. Y no digamos del derecho a decidir, la nación y demás líneas rojas, o abalorios con que los nacionalistas subyugan a las almas cándidas.
Incluso alguno habrá que defienda este nuevo descosido en el PSOE comparando el pacto firmado por Urkullu e Idoia lo con el acuerdo entre Indalecio Prieto y el peneuvista José Antonio Aguirre que hizo posible el primer Estatuto, aprobado por las Cortes en octubre del 36, ya en plena guerra civil. Como broma podría pasar, pero es tal la distancia entre aquellos personajes y los de ahora, la sociedad de entonces y la actual, el pensamiento dominante hoy en todo el mundo y el de hace ochenta años, que cualquier semejanza resulta ilusoria.
Lo ocurrido no es más que una muestra del grado de lisis en que se encuentra el socialismo español, por otra parte no demasiado distinto del que aqueja al de nuestros vecinos.
De esta apuesta sólo sale un ganador: el PNV, que, además de consolidar un gobierno inestable ya tiene en su mano la carta que necesitaba para cerrar su baza y asistir al PP en la partida nacional del techo de gasto, presupuestos y algunas cosas más necesitadas de apoyo parlamentario. Al tiempo.