La realidad hizo saltar por los aires lo que parecía seguro. No es tiempo éste de seguridades; lo que parece firme se descubre incierto, mutable, y el pensamiento dominante puede terminar como patraña.
Mientras en las urnas ciento veinticinco millones de norteamericanos expresaban cómo quieren ser gobernados, en las páginas del Washington Post opinaban sus analistas sobre el resultado final de la elección. Todos ellos daban como ganadora con sustanciosas ventajas a Hillary Clinton; de la media docena, ninguno bajaba de 320 el número de compromisarios que la llevarían a la Casa Blanca, cincuenta más de la mayoría exigida.
Más que preguntarse en qué mundo viven los creadores de opinión de uno de los medios internacionales más prestigiados quizá corresponda investigar cómo es realmente ese mundo, el de nuestros días; el que aquí engendra a Pablo Iglesias como en Francia a Marine Le Pen… o a Donald Trump en los Estados Unidos.
Las coordenadas izquierda/derecha no son ya el eje principal para encuadrar los movimientos políticos; ni siquiera si éstos, los políticos, responden a las exigencias de las sociedades actuales en las que la inercia se ha convertido en un antivalor. El cambio es lo que merece crédito. Empeñarse en obtener réditos de la experiencia, por reciente y positiva que haya podido ser, generalmente no va a ninguna parte. Lo sucedido este año en España resulta excepcional en este sentido.
En los Estados Unidos la experiencia del partido demócrata liderado Barack Obama durante los últimos ocho años se ha confrontado con la aventura personal de un outsider del partido republicano. Las primarias arrojaron resultados muy contestados en las dos grandes formaciones. Clinton se impuso sobre Bernie Sanders porque los demócratas consideraron excesivo presentar a un socialista, que es como se define el senador.
No llegaron a concurrir otros candidatos quizá de mayor peso, como el vicepresidente Joe Biden y, sobre todo, la senadora por Massachusetts Elizabeth Warren, “la sheriff de Wall Street” como la llamó la revista Time, denunciante de las prácticas financieras corruptas y de la erosión de la clase media. Su frase “Si usted no tiene asiento a la mesa es que está en el menú” era demasiado conocida como para que se la adueñara Trump.
En el lado republicano, el Stop Trump movement formado por los conservadores más conspicuos vista la facilidad con que Trump lograba apoyos para la nominación no consiguió frenar su marcha. Mitt Romney, el candidato republicano en las elecciones ganadas por Obama hace cuatro años, alertó “Hoy hay una competencia entre el Trumpismo y el Republicanismo”.
Y el senador Lindsey Graham concretó “No creo que Trump sea republicano, ni creo que sea conservador, su campaña esta cimentada en xenofobia, racismo e intolerancia religiosa. Será un desastre para nuestro partido”. Todo fue en vano. Pero el magnate matón, insultón, vulgar y tantas cosas más ganó la nominación para alzarse pocos meses después con la presidencia de la Nación.
Lo que salió de las primarias de uno y otro lado dejó a todos perplejos. Ni los republicanos se sintieron representados por Trump ni los demócratas por Hillary, personaje adusto y de sonrisa impostada que las encuestas definen como ambiciosa y corrupta. Una joya que parecía estar pasando como el mal menor, y sobre la que el partido decidió apostar hasta el resto.
Michelle Obama comenzó a rivalizar con Beyonce, Sprinting y Rick Martin en el papel estelar del show de campaña demócrata. Pero las encuestas de verdad, Estado por Estado y condado por condado, alimentaban tantas dudas sobre un happy end que la Casa Blanca decidió elevar la contienda a la categoría de referéndum sobre la última presidencia. Experiencia y cultura democrática frente a la aventura y pulsiones autoritarias; convivencia y colaboración en lugar de exclusión y confrontación con los demás. La seguridad de lo establecido contra el vacío de las sorpresas… Y Obama perdió su referéndum.
“Es tiempo de redención, no de recriminación para acometer unidos el trabajo que tenemos por delante”, ha dicho Paul Ryan, el líder republicano que hace un mes abandonó la campaña de Trump. Un tal Pedro Sánchez anunció que iba a Washington para apoyar a Hillary… Otra derrota más poco importa si se trae aprendida la lección.