El papanatismo nacional erigió un monumento a la militancia partidaria, las primarias, confundiendo todo lo confundible. Las elecciones primarias tienen todo el sentido para designar el candidato capaz de concitar más apoyos entre movimientos desvertebrados, Podemos, o corrientes de opinión afines.
Es el caso de las que ahora se convocan en Francia para discernir entre el ancho campo de las derechas qué personaje es idóneo para representar con mayor éxito a unos y otros. Pero, y este es el punto fundamental: no están cerradas a militantes; en ellas puede votar cualquier ciudadano inscrito en el censo después de pagar dos euros y firmar una adhesión a los valores del centro derecha. Los militantes, si los hay, a pegar carteles, agitar banderolas y cubrir luego los puestos electorales, porque la designación del candidato, parafraseando a Clemenceau, es un asunto demasiado serio como para confiárselo a los militantes.
Y convendremos en que el sistema de los Estados Unidos nada tiene que ver con nuestra realidad. En otros casos, repúblicas presidencialistas y multipartidistas como es el caso de Chile, las primarias son paso previo para que las agrupaciones o concertaciones electorales alcancen un consenso para acudir con su mejor candidato al proceso electoral: primera vuelta, segunda…
Nada de eso tiene que ver con lo que aquí instauró el PSOE a raíz de la dimisión de Felipe González. Impulsó las primarias para elegir candidato electoral el SG Almunia, 1998, para perderlas frente a Borrell, quien pese al respaldo de la militancia no llegó a las elecciones del año 2000 y Almunia hubo de pechar con el embolado frente al Aznar de la mayoría absoluta.
Zapatero, candidato único en 2004, no tuvo que pasar por la urna de la militancia. Y ya en 2014, el siguiente SG, Rubalcaba, anunció con solemnidad las primarias abiertas «Hoy estamos adoptando una decisión trascendental que va a cambiar la política en España. Habrá un antes y después. Estamos abriendo nueva etapa en la política democrática española«.
No se han estrenado. Las primarias socialistas se han celebrado para designar al Secretario General, quien, automáticamente, se reviste con los arreos de candidato. Así Sánchez fue elegido por la militancia, y no precisamente por los pelos: le respaldó un 48%, más de sesenta mil militantes, de cuyo acierto poco cabe añadir dos años después.
En fin; esta apelación a las bases es una muestra más del desmantelamiento de la democracia representativa en beneficio de la ley de la selva, también llamada asamblearismo. ¿Para qué elegir entonces tantos órganos encargados de la dirección del partido, Comités Nacionales, Federales, Regionales, Locales, sus correspondientes Ejecutivas, y así hasta el Primer Secretario, Secretario General, Presidente o como quiera ser llamado el mandamás?
Habiendo vivido lo de Sánchez podría parecer que la apelación a la militancia sirve de parapeto para eludir, donde corresponde, las responsabilidades debidas. Otros sólo admitían ser juzgados por la Historia o el propio Dios.