Si la entrada de los turcos en Constantinopla, 1453, significa para la historiografía dominante el final de la Edad Media, ¿por qué no marcar el 11-S de 2001 como el fin de lo que desde la toma de la Bastilla, 1789, hemos venido denominando Edad Contemporánea?
Seguramente los cambios sufridos durante los dos últimos siglos han sido tan o más relevantes que los vividos durante los tres anteriores. Solamente en el siglo XX las guerras civiles e internacionales causaron más de ciento diez millones de víctimas mortales en todo el mundo.
Al breve imperio napoleónico sucedió el británico, que dio paso tras la segunda guerra mundial al norteamericano. Y recién comenzado el siglo XXI, un 11 de septiembre, el islamismo radical rompió el statu quo internacional con sus salvajes atentados en el corazón del último imperio.
Unos años antes otro 11-S quebraba en Chile la democracia vivida en el país andino durante lustros. El imperio no quiso que en su patio interior floreciera, como en Cuba, una segunda dictadura comunista… y Pinochet asaltó la Moneda con los auxilios precisos para permanecer allá hasta 1990, y consolidar la red de dictaduras del Cono Sur, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Brasil.
Pocos años más tarde, el propio imperio fue propiciando la caída de todas ellas con mejor o peor acierto, hasta que las crisis económicas y la corrupción sembraron otro tipo de totalitarismos bajo la advocación de Bolívar y Marx, y siempre sobre la ambición de sus agentes protagonistas.
La yihad extendió sus hostilidades por los continentes europeo, africano y asiático. Una nueva guerra, ahora sin cuartel y procedimientos terroristas, que trata de quebrar las resistencias cívicas de las sociedades cuya población civil ataca inmisericorde. Nada similar se había vivido hasta ahora en la llamada Edad Contemporánea.
¿Y hablando de cambios, qué decir del acceso universal a la información facilitado por las nuevas tecnologías, y de la capacidad de manipulación que las redes sociales ejercen sobre los propios hechos? Las consecuencias de estos fenómenos multiplican hasta el infinito los efectos que para el desarrollo de las sociedades occidentales tuvo la introducción de la tipografía y la imprenta de Gutemberg en 1454, fecha en la que algunos cifran el comienzo de la era Moderna, como otros lo llevan hasta el 1492 de la llegada de España a América.
¿Y dónde encaja mejor lo nuestro, el boicot socialista a la formación de un Gobierno o la floración de secesionistas en España? Insólita cuestión que, hundidas sus raíces en la antigüedad, tiempos de los caudillos iberos Indíbil y Mandonio, hace brotar en nuestros días fenómenos como Sánchez, Forcadell y demás…