Recién aceptado el encargo regio, Rajoy dijo a los periodistas que aunque carecía de los votos precisos esperaba poder celebrare el debate de investidura antes de septiembre, y así será. Tras hablar con el candidato, la presidenta del Congreso ha fijado el día D: 30 de agosto.
Habiendo dicho en otra ocasión que a la investidura uno se presenta para ser investido es lógico pensar en que Rajoy cree contar con los apoyos precisos para formar Gobierno, que es de lo que va la cosa; el debate del próximo día 30 es el medio para alcanzar ese fin.
La de bobadas que se han podido leer y escuchar durante estas semanas retrata fielmente el nivel de nuestros agentes políticos y mediáticos. Una de las últimas, la supuesta dilación de la investidura hasta que la celebración de las elecciones regionales vasca y gallega aclarara la posibilidad de algunos acuerdos cruzados, tanto con el PNV como con el mismísimo PSOE. Como si no hubiera que presentar los presupuestos el 30 de septiembre, aquí, y en Bruselas un mes después, la política de gasto público.
Y ya la definitiva: que de fracasar esta segunda tentativa, las próximas elecciones habrían de celebrarse el 25 de diciembre, precisamente el día de la Navidad. Lástima que seguramente no se dará el caso, porque Sánchez se merece una tercera pasada por las urnas nacionales. ¿Hasta dónde seguiría hundiéndo el suelo electoral del partido socialista?
Los de Sánchez han creído ver en la fecha señalada una maniobra para encarecer aún más su rechazo al levantamiento del bloqueo en que lleva sumida ocho meses la Administración del Estado. Sin embargo parece que no ven, o les importa un bledo, que la gente, sus votantes incluidos, está harta de la política de bajura que practica.
Causa hilaridad oír a su jefe de filas -¿por cuánto tiempo?- cosas como que Rajoy insulta la inteligencia de los españoles, o que tiene secuestrada la democracia española, reflexiones quizá elaboradas tras ensayar ante el espejo sus propias comparecencias, como la de anteayer.
El tiempo transcurrido desde las elecciones del 20-J hasta el debate, 65 días, es inferior al que consumió hace medio año Sánchez en su aventura, 70; pero ambos casos revelan la conveniencia de algunos ajustes en los procedimientos establecidos.
El sosiego, siempre útil en los procesos de toma de decisión, puede ser incompatible con la celeridad que reclama la aplicación de ciertos remedios en determinadas circunstancias, que aquí no faltan. Menos mal que el verano disipa tensiones como las que alientan los sediciosos catalanes.
En fin; acaba resultando que Rajoy es tan predecible como él acostumbra a presentarse. Su proverbial manejo de los tiempos, que algunos llaman tancredismo, ha permitido serenar algunas tensiones y madurar un clima de opinión desnortado como consecuencia de tantas balandronadas. Durante dos meses ha soltado la cuerda precisa para dejar que Sánchez se cuelgue de ella, él solito, y embarcar en una nueva singladura a Rivera. Gracioso también el joven ciudadano cuando tras conocer la fecha de la convocatoria presumía: hemos arrancado el compromiso al presidente en funciones.