“A la investidura se va para ser investido”, dijo en vísperas de las elecciones dejando señal de que lo suyo no son los juegos de azar. Veinte días después el panorama parece que se va despejando.
El acuerdo con Rivera pone a su partido al borde de la mayoría en el Congreso. De hecho en cuatro ocasiones se gobernó aquí con menos de los 170 diputados que hoy podría juntar Rajoy. Pero el candidato no se da por vencedor. “Sin el PSOE habrá elecciones”.
Rajoy quiere ver a Sánchez retratado en el nuevo marco abierto tras sus conversaciones con C’s; más que un retrato, el retracto del partido socialista aún preso de aquellos “¿Qué parte del NO no ha entendido, señor Rajoy?”.
Para los intereses inmediatos del candidato la jugada parece arriesgada, por mucho que analistas y encuestas vaticinen que unas terceras elecciones le darían aún mayor ventaja sobre sus oponentes. Pero de poco, o nada, serviría abrir en falso la vía a un nuevo gobierno contra la voluntad expresa de la mitad del Congreso. El riesgo afectaría a los intereses generales del país, algo sustancialmente más trascendente que los personales de cualquier candidato.
El lapso de siete días que Rajoy se ha tomado para consultar a su Comité representa algo más que la apertura de un proceso de reflexión interna en el partido que sienta entre sus personajes representativos, por ejemplo, a la expresidenta valenciana, protegida por el aforamiento que le brinda su cualidad de senadora.
Además de eso, y de digerir la apertura de una investigación sobre Bárcenas, que acabará extendiéndose por los casos que interesan el tejido socialista, Rajoy ha dejado abierto el calendario siete días más para que el PSOE pueda culminar su proceso de autolisis y cambie lo que tenga que cambiar para prevenir daños mayores.
El peso de lo peor que pueda suceder queda así sobre las espaldas de Sánchez y su camarilla. No se atreverán a apelar nuevamente al comité federal. Serían demasiadas las voces críticas que hasta ahora allí callaban. Y que su encastillamiento acabe avalado por Podemos no es precisamente una buena inversión.
El envite de Rajoy demuestra que para él la investidura es un mero trámite, que la responsabilidad llega después en el ejercicio del gobierno día a día y durante algunos años. No parece que Sánchez fuera consciente de ello cuando hace seis meses se lanzó a la aventura sin haberse amarrado los machos.