La sorpresa en cuanto a las combinaciones políticas acaba de producirse en Málaga. PP y Podemos se pusieron de acuerdo para elegir a la directora de la televisión local propuesta por estos últimos. Vanesa Martín resultó apoyada por los cuatro votos populares unidos al de los podemitas, Málaga Ahora allí. Enfrente, socialistas, ciudadanos e izquierda unida no pasaron de cuatro. ¿Premonitorio?
Lo seguro es que la noticia no habrá divertido a Sánchez; o sí, porque si los de Rajoy lo han hecho a ver quién le para ahora para liarse con Iglesias…
Este sería el argumento definitivo para calibrar con mayor precisión la frivolidad del candidato que marea la perdiz sin provecho; poner al mismo nivel las responsabilidades inherentes a la dirección de una cadena local con las que recaen sobre el Gobierno de la Nación sería razón suficiente para que le señalen la puerta de salida los responsables que queden en la casa fundada por Pablo Iglesias el bueno.
Ya domina la impresión entre éstos de que lo mejor que al país podría pasar es repetir las elecciones. Enfrente, naturalmente, están los edecanes de Sánchez y buena parte de los ya instalados en el parlamento nacional; los primeros porque no volverían a verse en otra, con tanta cámara y reporteros al retortero, y los diputados y senadores porque nunca se sabe lo que acaba saliendo de las urnas, incluso de lo que vaya impreso en las listas.
Y no digamos de quien durante los dos meses y medio que lleva fungiendo como presidente de la Cámara ha cometido ya errores suficientes como para no albergar dudas sobre sus menguadas dotes para cubrir su función con dignidad; es decir, con la independencia y el respeto a todos debido. El último, mandar al almacén la obra de arte que Julián Besteiro, el primer presidente socialista de la II República, tuvo en su despacho: un crucifijo renacentista de marfil. Acompañado por el de plata frente al que el Rey juró la Constitución.
La elección del presidente del Congreso, institución que tampoco es del mismo nivel que la cadena Onda Azul de Málaga, rubrica el hecho de que en la política actual caben pocas certidumbres. López fue fruto del frágil consenso urdido por Rivera bajo el argumento de que con una cámara tan plural su presidente no debería ser del partido del Gobierno.
Lo cual no está mal visto, pero suscita el interrogante de si el joven ciudadano suponía entonces que los 123 escaños le darían a Rajoy el banco azul, o si ya comenzaba a arrimarse a Sánchez para descabezar a sus rivales más directos.
Fuera lo que fuese, a los socialistas les vino de perlas y los populares tragaron como si estuvieran convencidos de que el sentido común acabaría imponiendo la gran coalición. El caso es que al frente de la Cámara está un señor que se hace llamar Patxi, Paco, en lugar de Frantzizko, Frantzes o Fraisku, diversas modalidades de Francisco en el lenguaje vascuence.
Y volviendo al vodevil nacional, mal deben de ver el panorama la oficialidad socialista y la podemita cuando posponen hasta el fin de semana el anunciado encuentro a tres. A estas alturas no resulta fácil adivinar dónde están los obstáculos; pueden firmar cualquier cosa porque unos y otros tendrán la excusa de que la oposición de los populares hará inviables los asuntos de mayor calado. Tiempo de restricciones mentales.
Más allá de la anécdota malagueña resulta imposible discernir qué persiguen los dos agentes políticos emergentes. Tras los sondeos últimos, los podemitas querrán colocarse lo mejor posible, directa o indirectamente, en un Gobierno de Sánchez; el suflé se desinfla. Pero los ciudadanos tal vez apostarían por darse otra vuelta por las urnas y alejarse así del precipicio al que el tal Sánchez los empuja.