¿Merece España un presidente mendicante, tributario de personajes como el griego Tsipras en su carrera para alcanzar la cabecera del banco azul? El pasado jueves en Bruselas Sánchez demostró que no es de recibo.
Irrumpir en la cumbre que estaba decidiendo la política europea sobre refugiados para mendigar un lenitivo para sus pesares –“es que es muy duro” le dijo al griego refiriéndose a las calabazas con que Iglesias responde a sus súplicas- indica el grado de deslocalización que aqueja al candidato Sánchez.
Y ni que decir tiene la patriótica actitud con la que circula por el mundo adelante cuando compone el siguiente cuadro de este país en el que “millones de españoles sufren la desigualdad, los recortes y la austeridad”. Toma ya. Y eso se lo dice un español precisamente al jefe del gobierno griego, el de los recortes de última hora, el de la austeridad porque no hay de qué… los parias de la UE.
Insólito personaje que pasaría con gusto por vestir los ropajes de aquel Al-Mugtadir, el rey musulmán de Zaragoza, tributario del de Castilla y León en los tiempos del Cid. ¿No merecerá España un presidente independiente de atadijos de esa naturaleza? De los exteriores y de los interiores. Visto lo ocurrido esta semana por qué no temer que el personaje se entregue de pies y manos a quien pueda conseguirle unos votos, desde el jefe de la patronal hasta el mismísimo Maduro. “Mi reino por un caballo”, que Shakespeare puso en boca de Ricardo III.
El gran error de Sánchez ha sido haberse liado con quien, además de no darle los votos necesarios, impide que otros suban a su carro. Así se lo recuerdan desde su izquierda precisamente aquellos que ahora pretende. Rivera le ha salido estéril. Comenzó haciendo de quitamiedos a la derecha, pero el papel se le ha ido de las manos; ocurre a los aficionados. Sánchez juega con él, puede llamarle o ignorarle, según las visitas, y en todo caso lo tiene imposibilitado para lucir sus cuarenta escaños en el tendido popular.
Con Tsipras o sin Tsipras mediante, Iglesias puede acceder a concederle sus favores porque como escribió Lenin al aceptar una invitación del Kaiser para regresar a Rusia pasando por Alemania, “Cuando la revolución está en peligro no podemos caer en tontos prejuicios burgueses”. En ese momento Rivera habría de salir despechado de la alcoba en que tantos sueños albergó su ambiciosa imaginación.
O no, que con estos personajes nada acaba siendo como parece. La cosa viene de antiguo, ya los clásicos advirtieron que los intereses políticos pueden obrar milagros. O como Churchill comentó hace ya tres cuartos de siglo, “Politics makes strange bedfellows”.