Sánchez le utiliza como peana para sacar cabeza sobre Rajoy y de espantapájaros con el que mantener a Iglesias a cierta distancia; bonito papel ancilar el de Rivera. Su afán de protagonismo le ha convertido en salvavidas del socialista con peores resultados en la historia de su partido. Quizá para impedir su acceso al poder, apoyando una investidura popular en caso necesario, fue elegida buena parte de los cuarenta diputados C’s que hoy están rendido s a sus pies.
Además, con los 130 diputados que su matrimonio de conveniencia con Rivera le aporta, a Sánchez no le será excesivamente difícil convencer a sus barones y princesa andalusí de que el necesario apoyo de Podemos, tan sólo 65 escaños, la mitad de sus 130, ya no es un gran problema. Olvidaros del referéndum catalán, les dirá, y pelillos a la mar con la impertinencia de la cal viva; mejor será tener a estos deschaquetados dentro que haciéndonos la vida imposible desde fuera.
Pero a poco avisado que sea, Sánchez puede ya suponer que, tras otro traspié, su pareja puede dejarle plantado con la misma sans façon con que Rivera ha frustrado la confianza de buena parte de sus propios electores.
A Rivera le estará rondando el sueño de alcanzar la presidencia del Gobierno tras el descarte de los dos primeros competidores. ¿Por qué imposible, cuando he leído que un historiador tachó de inmenso error la llegada a la Moncloa de Adolfo Suárez, y ahí está su firma al pié de la Constitución? Si el gran aeropuerto de Madrid lleva hoy su nombre, el del Prat podría el día de mañana llevar el mío…
Sus referentes confesados le inducen a erigirse en el hombre del cambio, en promotor de diálogo, no en balde votó anterior y sucesivamente a CiU, al PP y al PSC; en hacedor de puentes, el pontífice, del consenso. ¿Consenso entre quiénes y para qué?
Zahiriendo a un tercio de la cámara va a resultarle sumamente ardua la tarea. Y con el tiempo, pasados los efluvios de la imagen, tampoco le será sencillo explicar qué ha hecho con los votos que le entregaron hace tres meses. Porque una cosa es renovar, restaurar lo que el tiempo aja y limpiar de basura el Partido Popular, y otra bien distinta propiciar su desalojo para desmantelar las reformas hechas. ¿No dice la demoscopia que hasta el 20-N la mitad de sus tres millones y medio de votantes estaba entre los apestados populares?
Confiaron éstos sus aspiraciones a lo que se presentaba como el centro entre una derecha perezosa y sin reflejos y una izquierda socialista cercada por las mareas radicales que ya gobiernan las dos grandes capitales. Pero el partido de Rivera no es meramente situacional, se auto ubica en el centroizquierda. De hecho, su segundo congreso, 2007, aprobó el nuevo ideario propuesto por el profesor Francesc de Carreras: “Nuestras raíces nacen del vacío de representación que existía en el espacio electoral de centro-izquierda no nacionalista”.
Pese a definirse anclado entre el liberalismo progresista y la socialdemocracia su constitucionalismo, y sobre todo el antinacionalismo que inspiró su fundación, lo sitúa en el centro derecha; en el 6,5, entre el uno de la izquierda y el diez de la derecha. En el último barómetro del CIS, justo antes del proceso de investidura, un 19,3% de los españoles lo ubicaba en la izquierda, y un 57,6% en la derecha. El 23% no tenía idea; normal.
Justificar ante sus votantes el papelón que está jugando quizá no le resulte especialmente difícil; siempre más fácil, en todo caso, que recuperar la dignidad de la independencia perdida.