Ostentosa es la falta de nivel entre los próceres que han ocupado la tribuna del Congreso, y hasta en su misma presidencia. Los pactos, por trasversales que se proclamen, no garantizan ni aportan la auctoritas precisa para ejercer este papel. Infundía conmiseración ver al presidente López navegar al término de la sesión ante peticiones con mayor o menor sentido, casos del ciudadano Girauta o del popular Hernando, respectivamente. La cuestión se le fue de las manos.
Breve reflexión sobre el caso del pobre López. Por mor del dialogo y los pactos como bienes supremos y, sobre todo, imagen personal y bandera electoral, Rivera ejerció de casamentero entre populares y socialistas para formar la mesa del Congreso. Los populares, conscientes de que ya no tenían la mayoría pero suponiendo que los demás reconocerían el derecho a formar gobierno a quien ganó las elecciones, en aras del equilibrio institucional cedieron esa pieza.
Pero ¡ay! sólo se cumplió la primera parte. Sánchez evitó cualquier contacto con Rajoy, por lo que el apestado se quedó a verlas venir; concretamente a ver cómo se las arreglaba el segundo clasificado por las urnas para formar un gobierno estable. Sánchez sacó pecho ante el Rey y con su encargo comenzó la farsa del dialogo con todos pero sin todos. Le prohibieron el roce con Iglesias y se echó en brazos del matchmaker que le había conseguido la presidencia del Congreso para uno de los suyos.
Y aquí entra en juego el penoso nivel de los dos protagonistas de la farsa representada ante todos los españoles como adelanto de una cercana campaña electoral. Porque la investidura era sencillamente imposible dados los intereses y condicionamientos partidarios de ambos socios. La incompatibilidad de Ciudadanos con Podemos corría en paralelo a la de PSOE con PP.
La insistencia de Rivera reclamando a Rajoy su aquiescencia para desmantelar cuanto su gobierno hizo en los cuatro últimos años resultaba tan cómica como la de Sánchez pidiendo lo propio a Iglesias con el gran argumento: echar a Rajoy. Kafka no lo hubiera imaginado mejor. Woody Allen tampoco.
La farsa terminó con los dos actores tan metidos en el guión que aún no se han desprendido de él. Sánchez: «Siento en el alma que no haya Gobierno por el bloqueo de PP y Podemos«. Rivera: “Yo lamento, lamento que el PP vote hoy con Bildu, con Esquerra Republicana y con Podemos”. Reflexiones de altura. No supieron perder.
Desde el patio de butacas, Rajoy: “Señor Sánchez no obligue a los españoles, por su cerrazón, su sectarismo y su interés, no les obligue a tener que pronunciarse el próximo 26 de junio”. Así cerró su intervención el presidente en funciones, cuyo único consuelo hoy es el fracaso de la moción de censura sufrida bajo el paraguas de la investidura de Sánchez. ¿Está Rajoy pidiendo la vez? La vía de la gran coalición, seguramente la idónea pensando en los intereses generales de los españoles, no será fácil de construir.
Lamentablemente, incluso más que los insultos cruzados en la última semana, pesarán estrechas tácticas partidistas. El PSOE alegará que no puede dejar a Podemos el monopolio de la oposición; entre los dos grandes Rivera perderá visibilidad y relevancia, y en el PP dirán que elegir a su candidato es cosa suya, por ejemplo-. Tácticas frente a estrategias, ese es el problema.
El político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones y no en las próximas elecciones. Lo escribió Churchill, quien en cierta ocasión confesó: “a menudo he tenido que comerme mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada”. ¿Por qué no aprenderán algo los de aquí?