Sea cual fuere el desenlace del espectáculo montado por el candidato a la investidura, el telón está a punto de caer. La farsa habrá concluido. Un pretendiente sin posibles echó su cuarto a espadas sin otro provecho que revelar la escasa relevancia que se oculta tras una desmedida ambición. Si fuera coherente aprovecharía el fin de semana para devolver el bastón de mando de su partido.
Precedentes tiene sobrados, cercanos y con menores deméritos a las espaldas. Pérez Rubalcaba lo hizo tras perder las Europeas del 2014. Fue la dimisión que abrió las puertas al sucesor que ha dilapidado 1,5 millones de votos en las Generales del pasado diciembre, 20 escaños y quedó a 1,3 millones de quien las ganó. La lista que encabezaba en Madrid ocupó el cuarto y último lugar para la atribución de concejales. Una serie imbatible de records.
Pero entre que la osadía no conoce límites y lo que el instinto de conservación empuja a quien se ve expulsado del poder, “fuera hace mucho frío”, Pedro Sánchez cogió al vuelo la oportunidad que le ofreció la retranca de un Rajoy tan ayuno de apoyos como él y, además, sin ganas de enfrentarse a la demagogia de los recortes y la realidad de las corrupciones.
Y así comenzó el non stop show que ante cámaras y micrófonos ha acabado mareando a los españoles. Reuniones a dos, o cinco bandas, entradas y salidas discretas para negociar un maridaje de conveniencia con el personaje más fácil del elenco, y con más ganas de balón.
Albert Rivera vio cómo las circunstancias podrían acortar drásticamente el período de maduración de su gran sueño: conducir una nueva transición. Para ello hizo de Ávila su Meca particular. Comenzó por Guisando, para recoger el Premio Gredos que compartió con un futbolista y un carnicero locales; la Ejecutiva Nacional de Ciudadanos salió por vez primera de Cataluña para celebrar en el parador abulense en noviembre, y en diciembre allí dio uno de los dos exclusivos mítines que programó en Castilla-León. Auparse sobre el recuerdo de Adolfo Suárez no le bastó para conseguir el diputado abulense que pretendía.
Entre el cordón sanitario con que Sánchez mantiene a los populares en cuarentena y la frontera infranqueable con que Rivera guarda las distancias con Iglesias, su rival en el fenómeno de la emergencia, el pacto por ambos sellado estaba destinado al fracaso.
Pero ambos se perfilaban así como políticos responsables, los únicos capaces de entender los resultados de las urnas. El mensaje mil veces repetido embota los sentidos para apreciar la realidad tal cual es: uno y otro saben de antemano que no conseguirán lo que con sus propios actos van a hacer imposible.
Y la farsa concluye a golpes de insultos y descalificaciones para volar los puentes de entendimiento de que tanto presumieron pero en los que nunca creyeron. Estaban apostando a que en unas elecciones próximas el electorado premiará a quienes durante todo un mes aparentaron ante las cámaras esforzarse hasta la extenuación en el tendido de los puentes precisos para alcanzar el paraíso del cambio de progreso; con todos, pero sin todos; ni por la izquierda ni por la derecha; hacia adelante o para atrás, ¿cambio o recambio?
La caída del telón puede devolvernos la realidad. Es lo que ocurre cuando acabada la función actores y espectadores salen del teatro a la calle.