El guerracivilismo de Iglesias y ver a Rivera haciéndole a Sánchez el trabajo sucio sobre la corrupción en el PP fue, en mi opinión, lo relevante en la jornada segunda de la fallida investidura. Con los tropecientos socialistas investigados por los miles de millones distraídos de su buen fin en la Junta andaluza, por ejemplo, el candidato no podía arriesgar entrometiéndose en los desmanes acaecidos en territorio popular. Y Rivera cumplió el triste encargo entre citas de Churchill y la ya tópica apropiación indebida de la memoria del presidente Suárez.
Lo de Iglesias es como para echarle de comer aparte. Resulta insólito ver a un diputado, joven como él lo es, hurgar en la memoria más negra de España con tanto ardor como ausencia de pudor. Su discurso era propio del año 1934, Asturias y la revolución de octubre promovida por los socialistas, el Estado Catalán proclamado por la Esquerra de Companys y demás modalidades de golpes de Estado con que las izquierdas torpedeaban el primer gobierno conservador de la II República.
Oírle hablar del dictado de las oligarquías, crueles con los humildes y serviles con los poderosos, de crímenes de Estado… en fin, todo un muestrario de lo que superaron los patriotas de la Transición, reveló hasta qué punto se han roto las costuras de la convivencia política y perdido el sentido del ridículo.
El colmo fue la referencia a Millán Astray, el general fundador de la Legión, amante de Celia Gámez y luego padrino en su boda. Mentar al general que se sentaba, primeros años cuarenta, en el mismo hemiciclo en el que ahora le citaba Iglesias, remangada la camisa y el puño en alto, resultó surrealista. Ni Groucho, Tip, Boadella o el mismísimo Dalí habrían podido superarlo.
El resto de la sesión no deparó sorpresas excesivas. Tal vez el tono irónico con que Rajoy respondió a la pretendida moción de censura en que Sánchez convirtió su investidura, fuera la tercera nota apreciable, por salirse de lo que de cada quien se esperaba.
La votación arrojó el resultado previamente cantado. En la tarde del viernes no parece que las cosas vayan a ser diferentes, dada la capacidad para volar los puentes de entendimiento que estos dos días han acreditado quienes reclaman el dialogo como método de la nueva política.
Sánchez no es un candidato cabal para presidir el gobierno español. La ambición que le hermana con Rivera no son armas suficientes para llevar a buen puerto la nave del Estado. Y ya no digamos nada cuando el objetivo mil veces reiterado se queda en algo tan corto como echar a Rajoy y quietar a los populares el timón de la nación.
Pero entre tanto, el país sigue su vida. Frente al tenebroso panorama que pintan tanto los podemitas como el candidato y su socio, en febrero se firmaron más de ciento treinta y nueve mil contratos indefinidos, y entraron en la Seguridad Social más de sesenta y tres mil nuevos cotizantes. No es la primera vez, ni caso único el nuestro, en que un país demuestra que puede funcionar por su cuenta.