En el teatro nacional donde se representa la política, ciertamente con un reparto deplorable, la mentira ha alcanzado niveles de excelencia; todo un arte. No una de esas bellas artes que interpretan la realidad o plasman lo imaginado en las páginas de un drama, sobre el lienzo o entre las líneas de un pentagrama, no; más bien una mala arte, un medio reprobable para conseguir un fin cualquiera.
Artes se llaman también los instrumentos de pesca, los aparejos con los que sacar de su medio natural a quienes se tragan el embuste. “Mentir, mentir, mentir… que algo siempre queda”, recomendaba aquel siniestro ministro nazi de propaganda.
Y es que, como escribió J.J. Rousseau, «Ni la verdad lleva a la fortuna, ni el pueblo da embajadas, cátedras o pensiones«. Está en “El Contrato Social”, quizá lectura favorita de ciertos personajes de la actualidad.
Mentiras como un piano muchas van esparcidas en esta inacabable campaña, pero hay una variedad de valor singular, la verdad a medias. Escuchar ayer a Sánchez afirmar que “nunca se ha producido una declaración de independencia cuando hemos gobernado los socialistas” me retrotrajo no tan lejos, sólo a la década anterior.
¿No era presidente Zapatero cuando se aprobó el Estatuto de Cataluña de 2006? ¿Acaso no presidía la Generalitat el socialista Maragall? ¿El Tribunal Constitucional no declaró inconstitucionales 14 artículos y fijó la interpretación de otros diez más? ¿No será que de los polvos que levantó aquel insólito presidente, “Respetaré el Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña”, vienen los lodos actuales?
¿Quién gobernaba Cataluña en el 2009, referéndum para la independencia? ¿Y no seguía presidiendo la Generalitat el socialista Montilla en 2010, cuando la manifestación del millón coreaba por las calles barcelonesas “Som una nació. Nosaltres decidim”?
La cuestión es que una verdad a medias nunca es una media verdad; es simplemente mentira. El problema reside en cuántos de los espectadores hasta ahora silentes ante tal espectáculo serán capaces de liberarse del engaño.
“Si me engañas una vez tuya es la culpa, pero si me engañas dos la culpa será mía”, dejó dicho un sabio griego. La responsabilidad no es sólo del mendaz; allá él con su conciencia. Pero si los ciudadanos no toman conciencia de que son libres y se hacen responsables de sus propios actos no hay democracia posible.
Si no exigen la verdad terminarán perdiendo la libertad.