Tocan semanas de penitencia. La llegada del tiempo de cuaresma coincide con esta segunda campaña electoral que estamos sufriendo y sin derecho a voto, para más inri. En el largo proceso de acarrear escaños y voluntades para presentar sus credenciales a la presidencia del Gobierno, Sánchez sigue asestando mandobles a los populares y su presidente. No hay día sin invectiva, denuncia y desprecio, venga o no a cuento, con razones o sin ellas. ¿A qué viene tanto encono cuando está buscando apoyos para su investidura?
Sánchez está asolando el terreno ante unas posibles elecciones con similares artes a las que emplearon los romanos tras la conquista de Cartago, esterilizando con sal sus alrededores. Y seguirá haciéndolo con mayor empeño tras haber conocido ayer la tendencia que marca la última encuesta del CIS. A pesar de que los demás parecen haberse impuesto la purga de la suavidad él sigue en sus trece. Los hay que dicen las mayores barbaridades como quien canta un bolero.
El joven Garzón, por ejemplo, predicaba ayer en la televisión nacional la necesidad de desobedecer las leyes para remediar algunas situaciones. Que un legislador predique la inobservancia de las leyes es una buena muestra del nivel ético por el que discurre la actualidad. Y este personaje, de hablar pausado y aureolado de falso buenismo, es el mismo que para demostrar lo machote que es habla de “el ciudadano Borbón”.
Cabría comprender que para dar muestra de su republicanismo no miente la palabra “Rey” pero ¿tampoco le sirve referirse a él como “Jefe del Estado”? Habrá que esperar y ver cómo llama al futuro Presidente de Gobierno, ¿presidente, o simplemente ciudadano Sánchez, Rajoy, Pablo, o quién demonios llegue a serlo?
Aprovechando el mareo de la perdiz que tiene abducido a la Corte, en Barcelona Puigdemont ha sacado pecho en para poner en marcha los proyectos legislativos para la desconexión, como ellos dicen faltos del par necesario para llamar a las cosas por su nombre. Alega que el pueblo de Cataluña les ha encargado inicar el camino a la independencia.
La verdad es que cuando oigo a alguien hablar en nombre del pueblo me acuerdo de las ganas de invadir Polonia que le entraban a Woody Allen después de escuchar Wagner más de media hora.
Se hace muy difícil no calificar de miserable a quien se pasa por la entrepierna a los millones de ciudadanos catalanes que quieren seguir disfrutando de su tierra, casa y costumbres sin que unos felones se lo arruinen. Y a los del resto de España.
Tal vez la mayor de las miserias estribe en seguir jugando al poder como si estuviéramos en el mejor de los mundos. Pero cuando están amenazadas la libertad e igualdad de todos los españoles no hay excusa para no defenderlas todos a una, para no derrotar a quienes nos provocan.