Asombraba ayer tarde escuchar la primera comparecencia pública del candidato a presidir el Gobierno propuesto por el Rey. Pocas veces en la vida política de nuestra democracia se ha mentido con tanto descaro –corruptos aparte-. Sánchez hizo categoría de la mentira. En un discurso que llevaba escrito no cabe hablar de anécdotas, de lapsus y demás excusas; no, Sánchez mentía con el aplomo suficiente como para presumir que lo suyo no era producto de un calentón.
A juzgar por los primeros párrafos destinados a poner como no digan dueñas al Partido Popular y a su presidente, cabría pensar que el socialista no quiere llegar a presidir el Gobierno. Con los populares votando en contra tiene sumamente difícil su investidura; el concurso de Podemos, que está por ver, no le basta. Necesitaría embarcar simultáneamente en su travesía a Ciudadanos, formación la de Rivera que no cesa de proclamarse incompatible con los círculos de Iglesias.
Un proverbio judío viene a decir que con las mentiras se puede llegar lejos, pero sin posibilidad de volver. Esa es la consecuencia a la que ayer se enfrentó el candidato después de haber estado reiterando durante mes y medio que él está abierto al diálogo con todos. El “con todos” quedó recortado a “con las formaciones del cambio” una vez que Rajoy haya recordado que el mismo Sánchez dijera cien veces que con el PP ni a heredar, y que no ha podido hablar con él para intentar una coalición de gobierno. Aquellas infinitas ansias de diálogo volaron con el primer soplo de viento.
El problema que trae el candidato bajo el brazo no es que mienta sino que nos creamos sus mentiras. La mayoría del país tiene clara la capacidad de Iglesias para travestirse; en medio día puede pasar de leninista a democristiano, que es lo que llega a parecer cuando el radical se cubre con aspavientos más propios de un hermano marista. Pero Sánchez no debería ser Iglesias; el socialista es el mandamás del segundo partido constitucionalista español, no el moisés de unos descamisados sin causa al que parece querer superar hablando de un país hambriento víctima de una derecha siniestra. Y eso es grave.
No puede decir que no quiere caer en el frentismo que impuso Rajoy en la pasada legislatura, cuando en el mismo discurso confina en las afueras del llamado tiempo de “progreso y del cambio” nada menos que a 7,3 millones de españoles. Y después de extrañarlos, decirles que no pueden estar ausentes…
Mentir es ocultar que sin el concurso de los populares apenas podrá cambiar nada trascendente; dicho de otra manera, teniendo en contra a más de un tercio del Congreso y una mayoría absoluta en el Senado no caben reformas como la federal o la de la primogenitura en la Corona, ni siquiera la alusión a las relaciones de cooperación con la Iglesia Católica. ¿A quiénes pretende engañar pues, a sus bases, a los podemitas, a todos los españoles?
No es que me hayas mentido lo que me aterra, sino que ya no puedo creerte. Lo dejó dicho Nietzsche.
Federico, perfecto. Espero que te acuerdes de mí cuando vivía en Madrid