Las diputadas vascas Beitialarrangoitia y Enbeita dijeron que no atenderían la cita con el Jefe del Estado porque “no nos sentimos súbditas del Rey de España y no actuaremos como si lo fuéramos”. ¡Serán merluzas! ¿Súbditos en la España de hoy?
Bien está, lo de bien es un decir, que vengan con “el compromiso de continuar defendiendo la soberanía de Euskal Herria y de todos los vascos.” Pero para un más cabal entendimiento de dónde les han colocado sus votos les convendría llegar a entender que la condición de súbditos es incompatible con una democracia parlamentaria.
Las bilduetarras son parte de ese mundo que Sánchez califica de progresista y se afana por bizcochar para su eventual investidura. Toma progreso. ¿Habrá ideas más retrogradas que el leninismo de Iglesias, o los insolidarios nacionalismos provincianos en pleno siglo de la globalización? Pero ¿en qué país estamos viviendo; y, sobre todo, dónde quiere llevarnos este fruto tardío de zapaterismo?
Las ciudadanas vascas de marras deberían aprovechar sus visitas a Madrid para hacerse mirar su condición en cualquiera de los frenopáticos de la capital. Y, de paso, recibir algunas nociones de Historia, no tanto para afinar el mito euskaldún como para poder situar en el tiempo la caída de aquel Antiguo Régimen de monarquías absolutas, cuando los súbditos pasaron a ser ciudadanos, y saber colocar en el mapa a Venezuela, Cuba, Irán y demás agujeros negros en materia de derechos humanos.
Muy sueltas y tratando de sentar cátedra de no se sabe qué, Beitialarrangoitia y Enbeita proclamaron que “la Monarquía Española es pasado y la soberanía, el futuro.” Pero de momento de ese pasado se han llevado a casa las carteras y demás gadgets con que el Congreso trata de facilitar la tarea de sus miembros. Incluso de los que gozan de libertad hasta para cargarse la nación.
Extrañas súbditas las protegidas por el Estado de Derecho que les garantiza la libre expresión de sus ideas, la inviolabilidad de su domicilio, la libertad de residencia, el secreto de sus comunicaciones, la presunción de inocencia, y hasta están amparadas por inmunidad parlamentaria.
Claro que ocurren cosas más trascendentes que el despacho de estas dos parlamentarias, pero quienes cumplimos con las leyes y tratamos de vivir con decoro no podemos aceptar que nadie nos atribuya la condición de súbditos. Ni siquiera doñas nadies como las citadas. Pobres.