Hay quienes piensan que es mejor tener dentro al enemigo del sistema que dinamitándolo desde fuera. Y, como opinión, quizá esté cargada de razón, quizá. Ese es el cuento que hace de Iglesias un político más; un político al uso, con sus cuentas opacas y todo, que es ya lo que faltaba…
Lo que no parece razonable es que sobre el ara de la integración en el sistema se sacrifiquen los pilares del propio sistema, porque la presunta integración no habría servido más que para facilitar el asalto a la fortaleza, lo del mítico caballo de Troya, o la destrucción del templo en que nunca pensaron los filisteos al meter a Sansón entre sus columnas. Pobres ingenuos. Y las cosas terminaron como sabemos.
Argüir que vivimos tiempos nuevos, que sólo lo que cambia puede sobrevivir y demás eslóganes del momento son meros pretextos tras los que ocultar el primer objetivo del enemigo, que no del adversario: demoler las formas propias de todas las democracias que en el mundo son. El final, el que nadie se atreve a denunciar con un “hasta aquí llegó el recreo”, es como para echarse a temblar.
Porque no somos tantas las sociedades de hombres libres como para no temer el reingreso de España en un pasado que sigue siendo presente en la inmensa mayoría de los países con asiento en Naciones Unidas. Aquel mundo de caudillos que encarnaban la voz del pueblo, fueran comunistas o fascistas, como hoy lo hacen los integristas musulmanes y los nacionalistas bolivarianos o catalanes, es real.
A las instituciones democráticas corresponde poner a cada cual en su sitio por aquella razón tan simple de que la libertad de uno termina donde comienza la del vecino, y que ambas son tan personales como inalienables.
Por ello no pueden mirar para otro lado las autoridades en que hemos delegado la responsabilidad de las instituciones, Cortes, Gobierno, Tribunales, cuando quienes van a administrar bienes comunes se escabullen con fórmulas marxistas, de Groucho naturalmente, para no comprometer su honor en la defensa de la convivencia nacional, que eso es la Constitución. Nosotros también somos pueblo y, por mucho que hablen, más que ellos.
Está por ver el momento en que alguna de nuestras instituciones patrias pare la pachanga. Que Iglesias pase a la pequeña historia como un Bárcenas cualquiera es de lamentar; al fin y al cabo es un líder exitoso de mareas y movimientos varios. Pero sería más que lamentable que desde el púlpito levantado con el patrocinio de iraníes y bolivarianos pudiera seguir hablando en nombre del pueblo. Como asombroso resulta que los EREs de la Junta socialista andaluza se hayan diluido como fuego fatuo, o que el clan Pujol y sus apandadores sigan en la calle mientras la Pantoja lleva año y pico durmiendo en prisión.
Prometiendo bailar cada mañana una sardana y comer más pa amb tomàquet i pernil y menos botifarra amb seques, los nuevos consejeros catalanes siguieron ayer por la senda abierta por su presidente -¿presunto, o no hay arrestos como para hacerle jurar en serio?-.
Y sigue sin pasar nada. Bien está no exacerbar a la fiera, como también pueda resultar mejor tener al enemigo controlado que dejarle engordar en la clandestinidad. Siempre, claro está, que la fiera no termine comiéndote y los del sistema no acabemos en la clandestinidad.