Dos grandes autores españoles, lejos de Chile y Perú, sus respectivas cunas, conversaban en la tarde del sábado en Madrid sobre China, país del que llegaba hace unos días Mario Vargas Llosa. Y Jorge Edwards, premio Cervantes y embajador chileno ante UNESCO en Paris, recomendaba al flamante Nobel de Literatura el reciente libro de Kissinger, On China. En él relata las razones estratégicas que impulsaron su viaje al Beijing de Mao, la visita al año siguiente, 72, del presidente Nixon y la apertura de reaciones entre las dos potencias.
El Nobel de la Paz recuerda un pensamiento de Kant: la paz perpetua acabará llegando al mundo por una de estas dos vías: o por la visión humana o por conflictos y catástrofes de tal magnitud que no dejen a la humanidad otra opción.
Las seiscientas y pico páginas de On China merecen la pena. Por el tema en sí, y por ver cómo existen otros mundos, otros horizontes, otras realidades.
Un país como el nuestro, cuya sociedad se encierra con sus propias carencias, cuyo primer diario vende propaganda por información -asómense al suplemento Domingo dedicado al candidato- y cuyo Gobierno no ve fuera sino escenarios para colocarse en la hora del turnismo, no llegará lejos.
Y si el bombero pirómano retrasa la salida de esta situación hasta que sus intereses se lo dicten -eso hacen quienes sólo responden ante Dios y la Historia- cada día resultará más difícil llegar a puerto.
El debate que siga centrado sobre el cuándo de las elecciones sólo interesa al partido socialista. Y al PNV, que con Bildu tiene el arma más eficaz para recuperar el gobierno autónomo vasco a costa del constitucionalismo allí representado por la entente PSE-PP.
Pero todo eso, como otras muchas cosas, importa un pimiento a Zapatero y al candidato que tiene que soportar a su lado hasta la semana que viene, seguramente.
Comenzar los cimientos de la salida de la crisis -es decir, haciendo cuajar, dentro y fuera, la confianza en un nuevo horizonte- es importante; tanto como la existencia de cinco millones de parados. Pero cortar la inercia destructiva de una política nacional impulsada por salvar la continuidad a costa de satisfacer intereses secesionistas, es vital para que este país siga siéndolo.
Por supuesto que habrá que discutir y tratar de encontrar soluciones satisfactorias para el común con las mentes abiertas a la realidad. A la realidad real, a la histórica y a la de un futuro mejor en el que la solidaridad sustituya al egoismo, y la altura de miras al ombligismo. Es decir a que, como hace treinta y tantos años, Quijote vuelva a triunfar sobre Sancho, nuestro otro yo nacional.