Lamentable apuesta la del PSOE por un candidato sin talante de gobernante, sin más bagaje que unos recortes y apuntes mal apuntados, sin más programa que el de arremeter al de enfrente como supone que lo habría hecho Iglesias, el podemita no el fundador. Y así se pasó de frenada, no hizo una propuesta de futuro articulada, que es de lo que debía haber ido el debate, y frivolizó hasta el insulto. ¿No quedan socialdemócratas en España?
Rajoy ocupó ese terreno político con la mayor naturalidad del mundo, y es que la socialdemocracia es ya patrimonio bastante común de los españoles. El liberalismo es de lo que aquí no quedan ni vestigios. Cuando el candidato conservador repite que sus objetivos para la próxima legislatura comienzan por el empleo y los servicios sociales, ya está todo dicho.
Pero no es que se adelantara a su opositor y éste quedara desarbolado, es que el presunto socialista cargó en su primera intervención contra todo lo que se ha movido en los cuatro últimos años. Pudo haber comenzado a lo Martin Luther King, “Yo tengo un sueño…”, para sugerir a continuación alguna ambición que alcanzar con el apoyo masivo de los españoles; o en tono menor, con aquello no menos efectivo de Felipe González en el año 82: “El cambio es que España funcione”. Pero no.
Tras comenzar por peteneras acusando a Rajoy de no haber asistido a otros debates, se lió con la reforma laboral, Bárcenas y mucho Rato, los rescates, empleos precarios, la hucha de las pensiones y hasta el aborto para acusar a Rajoy de impedir a las mujeres ser madres…
Todo ello a ceño fruncido para culpar a su oponente de mentir y hasta de no ser decente, honrado, momento en que Rajoy se plantó con un “Hasta aquí hemos llegado”. Y visto que el otro no deponía los insultos, calificó su intervención de “ruin, mezquina y miserable”.
España se merece algo más de sus gobernantes, y mucho más de quienes aspiren a gobernarla. ¿Por qué razón han de sentirse avergonzados muchos socialistas del papelón que ayer hizo su abanderado ante todo el país? Ya penaron lo suyo con las consecuencias de su último paso por Gobierno, el de Rodríguez Zapatero, que ayer defendía como podía, o sea mal, el candidato Sánchez.
El cupo de aventureros deberíamos dejarlo cerrado en los podemitas, cuyo gran sacerdote clamaba este fin de semana en un mitin “Estamos orgullosos de España” cuando hace un par de años escribía “Asco de país” después de haber confesado “Yo no puedo decir España”. El transformismo llevado al paroxismo.
Que en la segunda década del siglo XXI, al cabo de treinta y siete años de convivencia democrática y después veintinueve en la UE, más de un 13% de ciudadanos manifiesten espontáneamente que votarán a un personaje como Iglesias es preocupante. Pero cierto es que refleja una realidad, la de los antisistema hoy disfrazados de abuelas de Caperucita Roja. ¿Es con ellos con quiere medirse el portaestandarte socialista?
¡Si ese rol lo hubiera cumplido Susana Díaz cuánto habríamos ganado España, la socialdemocracia y los sufridos espectadores de anoche!