Mi amigo Joaquín Leguina me envía un escrito sobre lo que está pasando que hago mío, con su permiso. El recrudecimiento de la guerra yihadista contra nuestras libertades sirve para descubrir, entre otras cosas, la talla mental y ética de algunos personajes que en horas veinticuatro capaces son de decir una cosa y la contraria. Ahí va:
El viernes 13 de noviembre un pequeño grupo de jóvenes musulmanes, yihadistas y suicidas, se llevó por delante en París la vida de casi doscientos ciudadanos, entre muertos y heridos. La respuesta, en forma de dolor y de duelo, fue masiva. Así lo contaba Víctor, un ingeniero español, profesor en la Politécnica de París:
«Los habitantes de París nos acostamos anoche bastante más asustados que en enero (por los asesinatos de Charlie Hebdo). Más que el vivir solo diez meses después unos nuevos atentados aún más sangrientos, todas las conciencias están marcadas por la sensación de estar rodeados al tratarse de varios ataques simultáneos repartidos por la capital. También porque los terroristas sean ahora suicidas que dijeron a sus víctimas en perfecto francés que los mataban en represalia por sus “hermanos caídos en Siria”.
»Siempre recuerdo que mi madre me contó que desde la casa donde vivíamos en Madrid cuando yo era pequeño se oyó la bomba de la plaza de la República Dominicana que mató a doce guardias civiles. Y por Atocha, pasaba yo varias veces a la semana, cuando se produjeron los terribles atentados. Pero hoy la sensación de “podía haber sido yo” es quizá aún más grande ahora que tengo una hija, y que había pasado media hora antes por una terraza donde ayer se produjo uno de los tiroteos, a apenas cien metros de nuestra casa».
El presidente de la República dijo el sábado 14: «Esto es una guerra». Pues bien, si esto es una guerra, será cosa de soldados y no sólo de pilotos de élite bombardeando algunos enclaves del autodenominado Estado islámico, que tiene bajo su dominio un territorio donde viven unos diez millones de personas, y vivían otras tantas que ya han huido hacia la Unión Europea, pero más aún a los vecinos Líbano y Turquía.
No creo ser el único que piensa que derrotar a este terrorismo pasa por enfrentarse a ellos en su propio terreno y no sólo desde el aire. Cada día que tardemos en decidirnos a enviar tropas, morirán más sirios pero también seguirá fortaleciéndose ese enemigo que mata en Europa. Tardar en actuar acabará teniendo un coste mayor para todos. Por eso es necesaria una coalición basada en la legítima defensa, pues, en efecto, se trata de una misma guerra con varios teatros de operaciones.
En España existe un pacto antiyihadista (PP-PSOE) al que se ha sumado Ciudadanos, pero Podemos –invitado a participar en ese frente anti-terrorista- se ha negado con unos argumentos que hacen ya incomprensible la ideología de su líder, de por sí tan cambiante como confusa.
Iglesias se negó el sábado a entrar en el pacto antiyihadista básicamente porque el pacto «no busca justicia, sino venganza, y hoy no toca hablar de venganza. Toca reivindicar la fortaleza de nuestros valores y los derechos humanos». A lo que añadió una propuesta en verdad sorprendente: Un acuerdo en el que estén presentes «todas las fuerzas políticas y sociales así como expertos de reconocido prestigio en la construcción de la paz y la defensa de los derechos humanos». Y sentenció: «la democracia no se defiende recortando libertades sino con más democracia».
Tras decir esto, Iglesias trasladó al jefe del Ejecutivo y a las demás fuerzas políticas un documento de cuatro páginas donde, entre otras cosas, se leen las siguientes recomendaciones:
«El embargo de armas efectivo e inmediato», no sólo para el ISIS, «también para quienes le ayudan y promueven el sectarismo en Oriente Medio».
El documento señala con el dedo (nos lo temíamos) a los verdaderos culpables (que somos nosotros, los demócratas de Occidente, claro). Porque no quieren «cortar las vías de financiación y abastecimiento logístico». Además, «la mayor parte del material militar que emplean los terroristas es de fabricación occidental: armas europeas vendidas a Arabia Saudí, o armas norteamericanas distribuidas al Ejército Sirio Libre, que acaban en manos del Estado Islámico». Porque –añade- «las medidas legales o policiales por sí solas no bastan para resolver el problema […] la mejor manera de combatir el extremismo es lograr que la gente se sienta parte de una sociedad cohesionada y cultivar las oportunidades económicas y sociales en las comunidades vulnerables, tanto en Europa como en los países que sufren este fenómeno». Una clave de la lucha consiste -según el documento de Podemos- en «la defensa de la democracia en el mundo árabe».
Ni el mismísimo Zapatero hubiera destilado tanto caldo de “buenismo”. Sobrevolando, claro está, sobre una guerra que no hemos declarado nosotros, pero que es tan real como los muertos del viernes 13 en París.
En la misma línea de tirar balones fuera se expresaba el domingo “el gran fichaje” de Podemos, el general Julio Rodríguez. Leámosle, comenzando por la consabida monserga:
«No podemos vencer al terrorismo por vías exclusivamente militares».
Para más adelante insistir sobre la misma piedra filosofal:
«El autodenominado Estado Islámico es un problema real, pero su solución no puede ser únicamente militar […] Lo que sí podemos es comenzar a corregir el rumbo para dejar de alimentar al monstruo«.
¿De qué rumbo habla este señor? ¿De no hacer nada y esconder la cabeza bajo el ala? A estas alturas, uno, que ya se asombra de pocas cosas, no acaba de entender a esta izquierda zombi, que no se avergüenza de que su amigo Maduro maltrate a sus presos políticos, pero se la coge con papel de fumar a la hora de combatir a una gavilla de asesinos abducidos por unas ideas religiosas con las que cubren su instinto criminal. Unos crímenes contra la Humanidad que no hay que combatir con paños calientes sino con las armas en la mano. Unas armas que permitan sacarlos de sus escondrijos en el Medio Oriente y llevarlos en cosa de días ante la –tan deseada- presencia de Alá. Llevarlos al paraíso junto a las huríes que tanto anhelan, y hacerlo rápida y masivamente. Es ésta una forma eficaz para acabar con el adoctrinamiento sectario… y lo demás o es literatura o son buenas intenciones, de esas que, según se dice, está empedrado el infierno.
Sólo así, cortada la cabeza, sus extremidades europeas dejarán de funcionar. Lo demás son ganas de perder el tiempo escuchando, como se acaba de ver, a los oráculos del buenismo predicando contra la maldad intrínseca de Occidente, el Occidente de Voltaire y de Kant, aquel que odian tanto los asesinos yihadistas como estos blandos herederos de otros asesinos en serie que se llamaron Lenin y Stalin. Desde luego, esta izquierda bobalicona y bien pensante no tiene remedio.
Verdades como puños….